MI querido, querido, querido, querido Antonio: eres un hombre con los pantalones bien puestos, como se los ponen en los pueblos; con el pijama debajo. Se nota que para escribir no te has hecho la manicura, que escribes con los callos de las manos de un segador, con el sudor de una frente siempre bajo el sol, con el lomo empapándose bajo la pertinaz lluvia y los vientos latigando tu poesía en los caballones de tus oídos. Shisss… sé tu secreto: que buscas las frases más escalofriantes para el ser humano -para ti, porque sólo piensas en ti al escribir- en el agua que cada mañana, al amanecer, brota de la manguera con la que riegas tus yerbas. Sientes la lectura de la vida en el charquito, en la medida del agua que viertes en cada raíz, en cada tallo. Encuentras poesía en los brotes, en la maleza y en las flores. Ves el diario de la vida en el Sol que cada amanecida se abronca con las nubes para dar el rayo. Y siempre puede porque siempre gana a las sombras. Tú eres luz escalofriante, como Él. Siempre escribes con el arduo esfuerzo de los hombres que labraban en el campo de antaño, con la sequedad de sus manos, con la fuerza de su cuerpo, con el corazón y la pureza del espíritu. Con la verdad de un hombre sano. Con toda esa complicada facilidad. (De pequeña, yo escribía con un palito sobre la arena suelta de la huerta de mi padre una sola letra. Esa era toda mi verdad. Allí quedó, en una tierra, mi letra. Mi Tierra).

Y, paciente, sabes que Ella vendrá. Que un día, cuando estés arando tus versos, cubierta tu cabeza con tu mascota verde, tu pantalón viejo y tus botas, su imponente figura se sombreará bajo tus manos llenas de palabras. Pronto reconocerás su silueta humillada en tu tierra. Levantarás la mirada y al verla le sonreirás cediendo a su petición. Será la Semana Santa de Sevilla, en persona, quien acompasada por Hermanos Costaleros te rogará para que la pregones, para que le quites las capas con las que la han ido cubriendo a lo largo de su vida. Que se olviden de lo escrito y recitado para volver a reescribirla para que otros, además de sus habituales feligreses, recuperen en ella su confianza. Pedirá que la rejuvenezcas, la modernices, la desnudes, que le hablen otra vez de tú y cuentes su verdad, como la verdad de tu tierra, tu verdad. Tu azada se desvanecerá y emprenderás la más comprometida de todas tus obras literarias. No sé si ese pregón, El Pregón, lo harás en las tres horas previas a cuando suena Amargura y el cordón de la corbata va estrechándose alrededor del cuello del orador. Pero como tus corbatas te hablan de usted, no se atreverán, porque el pijama pegado a tu cuerpo no permitirá que se intoxique tu pureza: la de un hombre de pueblo, un pregonero sin disfraz ni antifaz.

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