Lo estoy viendo y no me lo puedo creer; Naseiro, convertido en Frank Pentangelli, en la escena del juicio de El Padrino. Pero es tan real como que está usted leyendo este artículo.

El macarroni, diciendo en la película, con esa exageración que no es más que una pose para desviar la atención: "¡ah!, si... tuve un negocio de aceite con su padre (el padrino), pero ya está olvidado. Hace mucho tiempo...".

"Todo es mentira".

En la película, Pentangelli está amenazado porque el capo le ha llevado a su hermano al juicio. El caso Naseiro mejora la escena de la película. "No hubo financiación, todo era legal".

Pero cuando supera toda ficción es cuando le dice a Joan Tarda: "¡Estás gordo!".

A lo que acompaña con algo que es apoteósico: "Aquí no hay jueces ni esto es un tribunal".

¡Bah!, le hace falta decir a Naseiro.

Lo interesante, lo sublime, es la comunicación no verbal, lo que pasa es que es gallego y no puede superar en la forma al italiano en la escena de la película, pero le supera amplia, amplísimamente en el fondo.

Esta escena, la real, la que todo el mundo ha presenciado en el telediario, es absolutamente sublime y la prueba irrefutable del vademécum conductual mafioso; de los que están y los que no.

Igual que Millet, desde esa silla de ruedas. Dos escenas hiperconectadas por el mismo ADN; distinta forma, idéntico fondo: "Cómo se atreven a imputarme, si yo soy un ciudadano ejemplar que no me acuerdo de nada y además eso que dicen es mentira".

¡Bah!, pasó hace mucho tiempo, no me acuerdo y... mentiras, ¡Todo mentiras! ¡Bah!

La realidad supera siempre a la ficción, pero uno no se puede ir de su casa cuando el telediario le muestra la escena de El Padrino, como hicieron los señores diputados de PSOE, Ciudadanos y Podemos, que abandonaron la comisión de investigación. De lo que te dan ganas es de tirar la casa entera a la televisión y salir corriendo de este país.

Pensaba que Naseiro era un pobre jubilado que pasaba por allí. Ahora estoy convencido de que no, porque hay algo de lo que somos más esclavos que de las palabras que pronunciamos; las escenas más memorables de nuestra vida.

¡Menudo papelón!

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