A la contra

Como explicara Camus, la verdadera y justa rebeldía no se queda en el 'no', que es sólo el punto de partida

Las autodefiniciones por negación son tan válidas como cualquier otra, pero resultan más vagas y menos comprometedoras que las que se sostienen a partir de la afirmación o son planteadas, como mal dicen los charlistas, en positivo, construidas con matices que obligan a precisar y, llegado el caso, a proponer alternativas frente a aquello que no nos gusta. Parece más cómodo asumir una posición a la contra que argumentar en favor de lo que se defiende, siendo esto último -lo normal es que en la mera contestación se encuentre uno rodeado de extraños- lo que realmente nos caracteriza. Dice más de nosotros lo que creemos o deseamos que lo que detestamos o no nos interesa, pero lo fácil es coincidir en el rechazo dejando en una ambigüedad deliberada lo que podría abrir brecha entre los compañeros de protesta.

Como explicara Camus, la verdadera y justa rebeldía no se queda en el no, que es sólo el obligado punto de partida. Antes bien, el hombre o la mujer que se revuelven frente a la iniquidad lo hacen para levantar certezas -distintas de las que pasan por tales-, aunque sean difusas y a su vez revisables. Vemos, sin embargo, que algunos individuos muy aparentemente concienciados o que posan de comprometidos, los anti cualquier cosa, hablan todo el rato de impugnación y sienten que de ese modo, más bien perezoso y en el fondo acrítico, pues no les exige otro esfuerzo que señalar a los malos y arrojar sobre ellos el estigma de la culpa, ya cumplen con el estereotipo de inconformistas. Como lo es hasta cierto punto el demonio para los creyentes, debe de ser consolador pensar que hay un perverso enemigo -un sistema, un país, una etnia, una clase- al que se atribuye todo lo que no funciona, sin detenerse a ofrecer remedios posibles ni considerar que exista nada parecido a la responsabilidad propia.

E igual en el ámbito de la vida privada. Todos tenemos fobias, por supuesto, pero hay tantas cosas grandes o pequeñas -sobre todo pequeñas, las de andar por casa o aledaños, que es el terreno donde en realidad se libra la partida- dignas de ser celebradas, que no merece la pena autorretratarse a partir de las que nos desagradan. Podemos hacer bromas que valen a modo de guiños o para buscar complicidades, pero si andamos todo el día diciendo no soporto esto o no soporto lo otro, lo más probable es que acabemos convertidos en uno de esos tristes viejos reconcentrados que aparecen en los cuentos. Quizá vayamos a contracorriente respecto de tendencias hoy extendidas que no parece que hayan aportado mucho, pero eso no nos hace mejores y también es grato sentir que uno disfruta de lo que le gusta a todo el mundo.

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