Crónicas urbanas

Jordi Querol

Arquitectura-espectáculo

Localizadas las arquitecturas buenas y las que tenemos que olvidar, ya sólo queda un tercer grupo: las arquitecturas Star. Son alardes escultóricos que están extendiéndose por todo el mundo. Normalmente son edificios cuya pompa estructural es un puro recurso estético. En muchos edificios (hoy singularidades o logos de nuestras ciudades) el alarde publicitario y constructivo es el pan nuestro de cada día. Son logotipos que permiten determinan y, por lo tanto, diferenciar las ciudades donde están ubicados. Identifican lugares no tan sólo por su belleza sino por su celebridad. Por este motivo, aunque hay otros, las particularidades de esos edificios no suelen ser transportables a la arquitectura cotidiana. En la actualidad, la autoría arquitectónica suele traducirse en el sello inconfundible, habitualmente majestuoso, con el que se viste el exterior de un edificio. Grandes fichajes para construcciones emblemáticas protagonizan los nuevos paisajes de las ciudades. Pero, ¿qué sucede cuando el arquitecto se despoja de protagonismos excesivos y en lugar de imprimir una biografía única en todos sus proyectos, trata de descubrir los interrogantes, las peculiaridades y las respuestas más idóneas para cada contexto?

Muchas de estas obras (y es justo confesarlo), son espléndidas y espectaculares, y no solamente engalanan la ciudad sino que, indirectamente, y creo que esto es muy importante, también han fortalecido la popularidad y la notoriedad de la arquitectura. Pero su desplante formal elimina todos los factores funcionales y constructivos que casi siempre han sido, a lo largo de la historia, las dos bases con las que se han iniciado los proyectos arquitectónicos. Eliminados ambos, sólo queda la belleza escultórica, y el edificio pasa a ser logo, pero no modelo.

Frente a una actitud artística y de celebridad, parece más interesante un talante más científico, en la que el valor reside en el descubrimiento de los mejores recursos para cada proyecto. Cuando viajamos, es fácil ver lo que ocurre en la mayoría de ciudades que visitamos. En sus zonas históricas notamos un estilo, una armonía determinada. Excepto la gran catedral o el obelisco nada sobresale.

Como siempre, los alcaldes quieren que sus ciudades sobresalgan, que sean famosas, que puedan albergar unas Olimpiadas, que la gente las visite, y por eso encargan obras a los arquitectos de fama reconocida. Después de la crisis, las reglas del juego más que proceder de un brutal e irreflexivo mercado, procederán de otras decisiones muchísimo más meditadas. Será un futuro con arquitecturas-espectáculo distintas, como la que realizó Mies van der Rohe en Barcelona: el Pabellón Alemán de la Exposición Universal de 1929.

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