la esquina

José Aguilar

Apropiación de La Pepa

LA tentación vive arriba. Pilla tan a mano y ofrece tantos atractivos que es difícil no caer en ella. Puedo resistir cualquier cosa, excepto la tentación, escribió Oscar Wilde cuando le sugirieron que saliera a saludar al final de la representación de una obra suya.

Mariano Rajoy, igual. En vísperas de la solemnísima celebración del bicentenario de La Pepa, se abandonó sin complejos al espíritu de la primera Constitución española como fuente de inspiración y legitimidad de su propia política de reformas, y, en plena faena electoral de apoyo a Arenas, reivindicó el cambio frente a un antiguo régimen que se resiste a morir en Andalucía (régimen que encarna la izquierda inmovilista y personaliza el candidato Griñán). Ayer, delante de los Reyes y las máximas autoridades del Estado, insistió: "Los gaditanos nos enseñaron que en tiempo de crisis no sólo hay que hacer reformas, sino que también hay que tener valentía para hacerlas".

Los historiadores se horrorizan ante este tipo de piruetas intelectuales que saltan sobre el vacío tratando de ajustar la verdad de la Historia a las conveniencias de la coyuntura o de enjuiciar hechos de hace dos siglos con criterios de hoy. Si asumiéramos esta manipulación ventajista tendríamos que empezar cuestionando la Constitución doceañista de Cádiz, que respondía más a los valores de la burguesía ilustrada que a los del pueblo carcomido por la miseria y la ignorancia, que peleó a muerte contra los franceses que traían en la punta de sus bayonetas la semilla de la revolución.

Volvamos a Rajoy y sus dos intervenciones en Cádiz. La Pepa supuso un avance extraordinario, aunque efímero, porque consagró la entrada -tumultuosa y quebradiza hasta prácticamente 1978- de España en la modernidad: la separación de poderes, la soberanía nacional, la libertad de expresión (tampoco yo resisto la tentación de reproducir su artículo 371, que por sí solo justifica el empeño de los constituyentes: "Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación")... Estamos hablando de cosas enormes, liminares, fundacionales. ¿Qué tienen que ver con la reforma laboral, los planes para el control del déficit público o los pagos a los proveedores? Estas reformas y cambios pueden ser necesarios en la actual situación, pero son política cotidiana, gestión de las cosas, letra menuda que no puede aspirar a entrar en comparaciones con las letras de oro con las que está escrita La Pepa.

No creo que dentro de doscientos años, ni siquiera de diez, los españoles vayamos a conmemorar el aniversario de las reformas de Mariano Rajoy. Por más precisas que parezcan y por más éxito que tengan.

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