Escribo esto durante la celebración del Día de Andalucía: un día raro en el que nos recreamos en cosas como la identidad, pero sin querer profundizar en qué cosa es esa de la identidad. Más allá del folclore, quiero decir, y del lugar de nacimiento o referencia. Las banderas y los himnos, cuando se enarbolan en exceso, terminan dando problemas. Porque es fácil defender esta tierra, su gente y su carácter, la belleza de su paisaje, es fácil tirar de tópicos y afirmarnos andaluces, cantar ese himno contundente que habla de libertad, de paz, de esperanza… Pero es más complicado ponernos de acuerdo en lo que queremos ser, en la propuesta de valores que Andalucía hace al mundo en el actual contexto de globalización, inestabilidad y choque de civilizaciones.

Seamos concretos: la mayor parte de nuestra comunidad se asoma al mar, a un lado y otro del Estrecho. A un mar que es hoy frontera con África, y que está recibiendo flujos migratorios de dos continentes. La Asociación ProDerechos Humanos de Andalucía decía en su informe anual sobre inmigración que en el pasado año han sido casi 300 las personas muertas en ese Estrecho. Andalucía es una tierra acogedora, decimos. Pero los muros que se levantan, concertinas incluidas, desdicen esta afirmación. Y si nos ponemos a discutir sobre una cuestión tan determinante como es el trato que damos a los que llegan… bueno, posiblemente la identidad, el himno y la bandera saltarían por los aires.

Seamos concretos, y hablemos de empleo. Porque aún no sabemos de qué queremos vivir. Esta es una tierra que ha conocido demasiados caciques y terratenientes, y ha asumido una condición servil que trasladamos al tejido productivo: nuestra agricultura es intensiva, monocultivos que generan dependencias y empleo precario; el turismo es otra gran apuesta, pero de la misma manera nos doblega como trabajadores bajando el listón cada vez más para ser, claro, competitivos; o los astilleros, antes emblema, ahora incapaces de competir con la mano de obra asiática; o las minas que nos empeñamos en reabrir con la espada de Damocles de los precios del cobre colgando sobre los trabajadores; o la pesca, esquilmando caladeros cada vez más lejos de casa… Etcétera.

Son sólo dos cuestiones: frontera y empleo. Pero determinantes. No vale entonar un himno y agitar una bandera si no vamos a ser capaces luego de aplicar lo cantado a la forma de organizar nuestra frontera sur, o a la planificación a medio plazo de nuestro tejido productivo. Andaluces, mañana también, sin pleitesías.

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