ES relativamente frecuente que surjan idilios entre las mujeres con cargo público y sus asesores, secretarios y escoltas, aunque llama más la atención en este último caso, posiblemente porque al guardaespaldas se le presupone mayor distanciamiento intelectual, que no físico. También se producen amoríos entre políticos masculinos y sus escoltas, pero menos. La razón es sencilla: hay muchas menos mujeres policías. Todo se andará.

La política vivida intensamente puede llegar a ser tan odiosa, estresante y debilitadora que estas liaisons no resultan extrañas. A la pareja propia, normalmente formalizada desde la juventud común, o se le ve poco por mor de la dedicación extrema que requiere el cargo o se le tiene demasiado vista. Y el ejercicio del poder exige muchas veces emociones fuertes que no se pueden encontrar en la política, donde las gratificaciones se devalúan con celeridad por reiterativas. Además, el amor es imprevisible. No salta cuando uno lo busca, sino cuando le da la gana.

A diferencia del puritanismo propio del mundo anglosajón, en los países latinos estas relaciones no son, por fortuna, motivo de escándalo -salvo para los escandalizables por naturaleza o condición-, ni hipotecan la carrera política de nadie. Suelen reducirse a un problema personal y familiar que no incumbe más que a los implicados y, eso sí, da origen a un cotilleo considerable que no se limita al ámbito de la clase política y su periferia, sino que conmueve al pueblo llano, rehén de una mezcla de morbo, curiosidad y explícito rencor contra los poderosos.

Sólo hay algo que puede estropiciar esta normalidad: la interferencia de estas relaciones privadas en la esfera de lo público. No es difícil incurrir en la confusión. Al fin y al cabo, el cargo político que se enamora -o se encapricha, que de todo hay- de un subordinado será porque le encuentra atractivos y cualidades suficientes como para estar pendiente de él, o de ella, permanecer en su compañía todo el tiempo posible y -peligro, peligro- tratar de beneficiarle en el trabajo y alegrarle la vida. A veces se hace irresistible la tentación de traspasar la línea roja y favorecer al ser amado con tráficos de influencias de pequeña escala (un puesto más jugoso, un viaje dentro de la comitiva oficial, un horario flexible...). El amor es hermoso -en verdad, lo más hermoso de la vida después de la salud-, pero también nubla el entendimiento y es capaz de borrar en las conciencias más estrictas la distancia entre lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer.

-Oiga, ¿ y a quién se refiere usted con este rollo?

-A nadie en concreto, pero si alguien se da por aludido, debería pensar en la política, el amor y la vida, y decidir según le convenga.

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