Ahora mulas

A los animales se les llama con nombres de personas, se les mima y cuida con exquisiteces

Primero les dio por los toros y nada, la gente sigue, erre que erre, llenando las plazas. Convocan ahora, los llamados animalistas, una concentración en la Puerta del Sol de Madrid para hablar de política, eso sí, y reúnen un puñado de personas que generosamente andaba entre tres y cuatro mil personas. A la misma hora, en la Plaza de las Ventas, veinticuatro mil personas abarrotaban el coso y hacían colocar el "no hay billetes", en el frontispicio de la taquilla. España y yo somos así, señora. Decía que dado el fiasco conseguido en la cruzada antitaurina han cambiado de tercio y en estos días hemos asistido al enésimo esperpento animalista. Ha sido en Cádiz. En la bellísima ciudad hermana se prepara, por todo lo alto, una magna celebración en honor de la patrona la Virgen del Rosario por el aniversario de su patronazgo sobre la ciudad y por su coronación canónica. Pues nada, allí andan las hermandades todas y cofradía gaditanas preparando sus mejores galas para tan entrañable día. Y entre las hermandades de la ciudad una bien señera: la Hermandad del Rocío. Desde tiempo inmemorial el Simpecado de la benemérita hermandad es llevado por dos mulas. Pues he aquí el problema. Por muchas vueltas que le dé uno al casco neuronal es incapaz de ver dónde reside el embrollo. ¡Pues en las mulas, hombre, en las mulas! Y ¿por qué? Porque el Ayuntamiento de Cádiz, gobernado por el edil comúnmente llamado Kichi, dice que los animales no están para esas cosas. Toda la vida, millones de años, se llamaron animales de tiro. Pues nada, dice la autoridad pertinente que de tirar nada. La Hermandad ha recogido velas y dice que no saldrá. A mí esto me resulta preocupante por varios motivos. Primero por la salud mental de una sociedad a la que se le está inoculando el virus de lo cretinamente correcto hasta límites de verdadera alarma. Y segundo porque este no es más que un episodio a sumar en esta escalada de animolatría en la que estamos subidos. A los animales, se les llama con nombres de personas, se les mima y cuida con exquisiteces, se les abraza, se les besa y se defienden sus presuntos derechos, en muchos casos, por encima de los de las personas. Lo digo siempre y lo seguiré diciendo: soy de pueblo, más de campo que san Isidro, y he vivido en casas y fincas con perros, gatos, ovejas, gallinas y hasta con cerdos. Y nunca vi nada parecido a la ristra de sandeces que hoy contemplamos. Los animales eran queridos y cuidados, pero ni de lejos, ni por asomo, fueron nunca asimilados a personas, ni en sus nombres. Era un insulto a los seres humanos.

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