Aguantar el tipo

Hay que evaluarse bien para conocer con toda claridad hasta dónde somos capaces de llegar

Aveces, hay tomas de decisiones y comportamientos que, en principio, sorprenden porque no parecen encajar dentro de lo que llamamos sentido común. No es que éste sea la guía perfecta para nuestras acciones, pues en algunos aspectos es un conjunto de prejuicios que deberían ser eliminados. No obstante, lo cierto es que con frecuencia recurrimos a él a la hora de tratar de valorar lo que hacemos o llevan a cabo los demás. Como es lógico, cuando las acciones discrepan del mismo nos surge algún grado de perplejidad e intentamos buscar explicaciones. ¿Por qué será? ¿Por un despiste, ignorancia, cabreo…? En un intento de no precipitarnos en una conclusión, evitando calificar lo hecho como torpeza o error, podemos dar un margen de confianza, a la espera de que más adelante se conozcan razones o acontecimientos que justifiquen suficientemente lo adecuado y conveniente de lo que inicialmente no comprendíamos por falta de información. Sin embargo, la realidad nos demuestra que lo decidido o ejecutado irracionalmente respondía, sin que hubiera nada más, a poca seriedad, inmadurez o falta de control de impulsos. Pues bien, apliquemos todo esto al ex presidente catalán, Carles Puigdemont. Basándonos, por una parte, en lo que ha venido haciendo y manifestando, especialmente desde el mes de septiembre, con su continuado desafío secesionista, sin atender a los pronunciamientos del Tribunal Constitucional; por otra, en la cruda evidencia de los efectos negativos que sus actuaciones y las de su gobierno estaban produciendo en la economía y convivencia de la comunidad; y, por otra, en que lo normal -como ha sucedido- era que fuera llamado a declarar a la Audiencia Nacional; lo esperable, desde ese sentido común que nos encauza hacia la coherencia de nuestras acciones, era que aguantara el tipo hasta el final y no se escaqueara saliendo por la puerta de atrás, yéndose a otro país y buscándose un abogado defensor de etarras -lo que en un contexto de política tiene su importancia simbólica-. En cualquier ámbito, sea personal o de cualquier otra índole, hay que evaluarse bien para conocer con toda claridad hasta dónde somos capaces de llegar y así considerar si merece o no la pena iniciar un camino, sobre todo, cuando nuestros pasos pueden afectar a otros o a muchos, como es el caso que nos ocupa. Sólo salvará su cara si detrás de su huida se esconde alguna estrategia convincente para los suyos, de la que más adelante nos enteraremos. De momento, lo suyo ha sido y es vergonzoso.

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