Acontecimiento

El ejemplo malagueño también puede reavivar el "cada uno a lo suyo" de nuevos reinos de taifas

En los últimos días, en Andalucía, una noticia relacionada con el mundo de la cultura y el arte ha cobrado, por una vez, un sorprendente y público relieve: Málaga ha culminado su itinerario de ciudad museística, en apenas unos años y sin precedentes históricos que hicieran presagiar tan llamativo despegue. Un acontecimiento, pues, que ha merecido el eco obtenido en una opinión poco acostumbrada a recibir noticias de este tipo. Pero no pretenden estas líneas insistir en esta meritoria hazaña; sólo comentar otras cuestiones, al hilo de lo sucedido en Málaga.

Se ha destacado el buen empecinamiento que muchos sectores de la ciudad han puesto para que todo este proceso se lleve a cabo. Entendiendo como tal, no sólo la reciente transformación de la antigua aduana en museo sino también, a este respecto, todas las logradas iniciativas anteriores. Ha debido ser un esfuerzo continuo y difícil por falta de medios y por las inercias e incomprensiones que un propósito así despierta. Pero ha quedado la imagen de una apuesta ciudadana (de personas y de instituciones) pensada, necesaria y bien acogida, dentro y afuera. Y este ejemplo puede y debe ser significativo, cara a otras ciudades andaluzas. Brinda un modelo reflexivo para municipios y comarcas. No, claro está, para reincidir germinando museos y centros culturales por doquier (idílica empresa que ya provocó en el pasado tan injustificados gastos), sino para que otros territorios sepan buscarse un camino propio para canalizar ideas válidas y proyectos que ilusionen a sus habitantes. Como han hecho los malagueños al convertir un hecho bastante ocasional (por llamarlo de alguna manera), el azaroso nacimiento de Picasso, en desencadenante de un planificado acontecimiento artístico, que va a recubrir la ciudad con una nueva imagen y un atractivo destino.

Pero habría que prestar atención a un peligro: una opinión pública, ya muy extendida, atribuye este despegue (cultural y económico) sólo a voluntad local. Y aunque no sea estrictamente así, y se hayan dado otras ayudas entrecruzadas, pone una vez más en entredicho la obligación vertebradora de la Junta. Porque el ejemplo malagueño puede disparar una necesaria emulación pero también reavivar el "cada uno a lo suyo" de nuevos reinos de taifas. Peligro latente que es función primordial de la Junta evitar, creando y comunicando planes y criterios de articulación regional. Hay que acabar con esa imagen institucional de testigo mudo de lo que acontece. Para ello no basta con cortar una cinta el día de las inauguraciones.

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