Visiones desde el Sur

Ablación

Esta guerra por la que Occidente no lucha -por el petróleo sí- parece ser que no interesa mucho

Para que no sean promiscuas; para proteger -dicen- la virginidad; para que el deseo no llegue; para que valgan más en el mercado -como si fueran melones o tejidos, vehículos o electrodomésticos- y los padres cobren una mayor dote; para imponer una tradición, una ley escrita o no; para que sean sumisas…

Por eso lo hacen, por eso les arrancan el clítoris, les amputan los labios menores y parte de los mayores, por eso las cosen con alambre o con hilo de pescar, dejando un pequeño orificio para que menstrúen; cuanto más pequeño, mejor: más valen. Así, en la noche de bodas, el macho podrá romperlo, hacerles daño; ver la roja sangre que enseñarán a los demás como señal del justiprecio que se entregó.

Más de ciento treinta millones de niñas sufren esta amputación en el mundo. En Somalia, en Sudán, en Eritrea, en Yibuti, en Senegal, en Etiopía, en Egipto, en Guinea, en Mali, en Sierra Leona, en Mauritania, en Burkina Faso… (los datos corresponden a un estudio de Unicef de 2016).

He demostrado mil veces en mis escritos el respeto que ha de tenerse al otro, al que es diferente. Pero una cosa es defender la igualdad de derechos del ser humano y otra muy distinta aceptar prácticas de esta catadura por muy arraigadas que estén en la conciencia colectiva de algunos pueblos. Y digo pueblos y no religiones, que quede claro, para que no haya confusión por parte de lector alguno. No todos los teólogos islamistas consideran la ablación como una práctica necesaria, e incluso algunos manifiestan que está en contra del islam y hay estudios muy sesudos sobre el tema que pueden consultarse.

Lo más fácil en este asunto sería manifestar lo siguiente: ¿Y si les cortásemos con un serrucho oxidado los testículos a 130 millones de estos imbéciles e hiciéramos con ellos un gran monumento al sadismo y a la barbarie, a la bestialidad y a la sinrazón del ser humano?

Pero, como siempre, esto no llevaría a solución alguna excepto a enraizar aún más las diferencias entre culturas y el enfrentamiento entre los pueblos. No. No debe de ir por ahí la solución a tal dilema, como ocurre con tantos otros.

Esto es un problema educacional, de falta de conocimiento en cuanto a los derechos fundamentales inherentes al ser humano que han de estar por encima de cualquier legislación nacional, ideología, religión o filosofía.

Pero esta guerra por la que Occidente no lucha -por el petróleo, sí- parece ser que no interesa mucho. Total, solo son pobres mujeres.

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