Análisis

juan antonio solís

El segundo mandamiento

'La mano de Dios' tuvo su carga poética en 1986; en 2017 no se admite lo de Bakambu

No pronunciarás el nombre de Dios en vano. El mundo del fútbol, sacrílego como pocos, violó el segundo mandamiento hace ya más de 30 años, cuando Maradona nos burló a todos puño en alto. Desde el portero inglés, Peter Shilton, hasta yo, que lo vi en mi Telefunken, o el último narrador que lo contaba en directo. Todos caímos en el engaño. Tampoco Eduardo Longoni, el fotógrafo que inmortalizó la trampa con su clic, vio que Maradona golpeó la pelota con la mano hasta que reveló el carrete en el estadio Azteca.

Quizás por el hecho de que fuera Maradona el infractor, el pecado fue venial. Y quizás porque minutos después el Pelusa dibujó el considerado por muchos como gol más bello de todos los tiempos, el pecado venial transmutó a milagro. Con esa vena socarrona que distingue a los argentinos, para la historia quedó esa "mano de Dios" que empezó a cobrarse la factura pendiente del país de la albiceleste con los ingleses.

El aura de Maradona llegó a legitimar lo que jamás se puede legitimar en el balompié. El primer mandamiento de este deporte es golpear la pelota con el pie hasta introducirla en la portería contraria; el segundo, no tocarla jamás con la mano a no ser que seas el portero. Y el Barrilete Cósmico convirtió el agua en vino. El pecado en milagro. Elevó el supremo engaño al catálogo de virguerías que los niños sueñan con repetir de mayores. La mano de Dios. Como para no emularlo.

Los goles con la mano, en remates premeditados, son el mayor fraude que se pueda cometer en el fútbol. Y cuando se perpetran, quedan retratados todos: desde Bakambu a Escribá, desde el árbitro a su asistente, desde el periodista que lo orilla en su crónica al aficionado que lo festeja a boca llena. Es un canto a la hipocresía que en 1986 casi nadie vio en directo y se tiñó de tintes poéticos. Hoy, en 2017, el pecado no lo oculta ya ni Dios. Se ve al momento. Sólo hace falta un mandamiento.

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