El recreativismo se moviliza un final de temporada más para dar aliento a su ser más querido observando la angustia y congoja del abuelo moribundo, por eso utiliza todos los medios materiales a su alcance para lograr que un icono del fútbol español despierte de su largo letargo. A la espera del consentimiento de su afición más leal, me voy a permitir una licencia -pese a la experiencia de mis 39 años en la profesión palpando episodios de SOS del Decano que hasta ahora por fortuna acumula resurrecciones en la antesala del velatorio- que expresa mis temores con carga de mucho pánico: estoy "acojonado" como nunca. Más claro no lo puede escribir.

Por su puesto que espero el milagro de cuanto menos tres victorias benditas... y si son seis ya ni te cuento. Y si empieza hoy ante un rival directo como el filial del Córdoba (dos seguidos ganados saliendo del descenso) darían ganas de ir a celebrarlo a la fuente de los bomberos. No es posible eludir el presente cruel viendo que el Recreativo tiene un pie en el umbral de su infierno y la otra extremidad frenando el alud de lo que se le viene encima. Cierto: no hay que rendirse al pesimismo. Cierto: tampoco es necesario engañarse a uno mismo cuando es el equipo más malo de la segunda vuelta.

El esfuerzo e impulso de la afición deberían multiplicar la energía de un equipo alicaído sin vencer en cuatro jornadas (2 puntos) y dos meses sin alegrías en Huelva, desde el debut de Negredo ante el Écija. La respuesta está en el campo y persiste una deuda permanente con la grada. Cada triunfo es una cuota de seguro de existencia. Un Recreativo sin relación con el gol (segundo con menos) y nula su estrategia a balón parado, sólo un acierto de Lazo. Ganar, ganar... volver a ganar como albacea de una herencia. La transición del Decano nunca termina y mata cualquier atisbo de tregua. Una atormentada convivencia en su declive deportivo.