Hay quien se sorprendió por oír algunos pitos (pocos) antes del inicio del partido frente a La Roda pero, en especial, por los que sonaron (bastantes más) al final del encuentro. Intuyo que los primeros recordaron ese lamentable trance en El Ejido (In Memoriam), mientras que el sonido de viento con el 0-0 consumado pareció mezclar el lógico hartazgo del personal con el principio de incertidumbre de ver de nuevo el precipicio tan de cerca. ¿Otra vez el abismo amenazando? Sí, otra vez. El enfado del respetable es comprensible; ha costado tanto sufrimiento -y, a muchos, un buen pellizco en el bolsillo- el ver hoy al Recre vivo que se esperaba, aunque sólo fuera por mera ilusión, más complicidad en los marcadores cada semana.

Yo también soy de los que piensa que esta plantilla es notablemente mejor que la de la temporada pasada, y que Pavón puede sacarle mucho más jugo al equipo del que le sacó Ceballos. Y quiero creer que, por mucha diferencia que haya con los de arriba, estaremos más cerca que lejos de ellos en un futuro no muy lejano, pero los guantazos de realidad que nos llevamos jornada tras jornada nos recuerdan que la roncha que nos dejó en herencia el hombre que susurraba a los juzgados es de dimensiones galácticas, y esa mochila pesará toneladas durante mucho tiempo en todos los ámbitos del club. Sólo hay que mirar la situación de los empleados del Decano para refrendar ese hándicap.

Se puede -y se debe- ser exigente con la nueva propiedad y con los que ahora están al mando, pero convendría no olvidar de dónde venimos, adónde vamos ni los zapatos que podemos calzarnos para hacer ese camino. Si a los que generaron la vergonzosa deuda que provocó la llegada de quien todos sabemos se les dio manga ancha durante años, y si hasta al fantasmón expropiado se le concedió un tiempo prudencial hasta comprobar su nula inteligencia en la gestión, no me parece normal que desde ya se lapide a los que se han metido en el fango para intentar poner algo de orden en medio del caos. Que una varita mágica no la tiene nadie… bueno, exceptuando a Miguelito, que esconde una en cada una de sus botas. Por él y por otros cuantos merece la pena seguir manteniendo una pizca de optimismo. ¿O no?

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