Fue el hecho más relevante del año 1992 que guarda mi memoria juvenil para Huelva, cuando España celebraba el V Centenario del Descubrimiento de América. La gesta iniciada en tierras de Onuba, y cuyo epicentro de las celebraciones estuvo en la capital de Andalucía, con la organización de la Exposición Universal de Sevilla, Expo 92; quizás, la última gran convocatoria de esta naturaleza de nuestra era. Me refiero a los Congresos Mariano y Mariológicos Internacionales que celebrados conjuntamente, en sus ediciones decimoctava y undécima respectivamente, tuvieron como marco la recién remodelada Casa Colón. Un acontecimiento que trajo a la capital huelvense a lo más granado del pensamiento teológico mariano internacional. Hasta la provincia que había vivido días preparatorios grandes con las coronaciones de varias destacadas devociones; entre ellas, la Virgen Chiquita, Nuestra Señora de la Cinta.

Fuimos testigos directos de aquel acontecimiento en primera persona, que nos hizo un poco más internacionales, recuperando y rememorando nuestra vocación transatlántica, civilizadora y evangelizadora, y que hizo partícipe y notoria en la ciudad estas celebraciones varias veces centenarias.

En aquel indudable logro de Huelva y de su joven iglesia diocesana sobresalió sobremanera el trabajo audaz y tenaz del reverendo Juan Mairena Valdayo, en plenas facultades, tirando, y a veces arrollando, con su inconfundible vehemencia y determinación, de todos los que tenían que sumar en aquel empeño. Encargado de aunar y de dirigir con eficacia todas las voluntades concurrentes, tanto de los de dentro, como de los de fuera. Todo un éxito que pudimos visualizar de forma tan formidable en la aldea del Rocío, un 27 de septiembre de aquel año, con la presencia del Jefe del Estado, del presidente de la Junta de Andalucía y otras autoridades locales y provinciales. Y de la Iglesia, representada en el Legado Pontificio, en nuestro obispo diocesano, y en tantos otros pelados y sacerdotes, presentes en aquel colosal altar, aderezado con los simpecados de las hermandades del Rocío, concebido a lo grande por Luis Becerra al pié de las marismas, y materializado por Matías Aceitón, que encandiló a las varias decenas de miles de asistentes.

Ese compromiso vital del padre Mairena con la Iglesia de Huelva y con El Rocío permitieron además de este indudable éxito concluyente, la visita pastoral, casi un año después, en junio de 1993, del primer Papa que ha pisado la aldea almonteña con el solideo pontificio, S. S. San Juan Pablo II, como colofón final de estas celebraciones. Dos efemérides que vinieron a posicionarnos en el mundo y en la propia Iglesia Universal, y para las que Don Juan contó con la complicidad decidida del entonces presidente de la Hermandad Matriz, Ángel Díaz de la Serna. Todo lo que nos contó para regocijo de sus protagonistas y de las generaciones futuras un joven periodista, E. Sugrañes Gómez, en Los inolvidables días de Huelva.

Estos días, la Hermandad Matriz de Almonte recuerda aquellos hitos relevantes en la historia de la devoción rociera, por lo que significaron de reconocimiento de la Iglesia a nuestra religiosidad popular, al más alto nivel. Y lo hacemos del mejor modo posible, haciendo bueno el mensaje del Papa que nos invitó, "a hacer del Rocío una verdadera escuela de vida cristiana". Lo celebramos hoy con la presentación a los pies de la Santísima Virgen, de la obra del mariólogo salesiano, Antonio Mª Calero de los Ríos, El Rocío, caminar con María hacia Cristo, como una renovada invitación, muy pedagógica, para avanzar en el camino de la vida, de la mano de la primera Peregrina en la fe.

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