Análisis

Juan José Díaz Trillo./ Presidente de la Comisión del Cambio Climático del Congreso

Nuestro mejor compromiso

Se cumplirá pronto un año de la Declaración Institucional por la que el Congreso de los Diputados instaba a "instituciones, administraciones y sociedad civil a su participación en las actividades de Huelva 525". Y a que desde La Rábida se siguiera en las líneas de cooperación emprendidas a lo largo de los años "fundamentalmente en las áreas de cultura, educación y medio ambiente", tal y como había subrayado en una de sus resoluciones la última Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada los días 18 y 19 de octubre de 2016 en Cartagena de Indias. Se volvía a recoger así, casi veinte años después, el anhelo de una provincia por reivindicar un protagonismo efectivo en el marco de una Comunidad Iberoamericana de Naciones que siempre tuvo aquí un Lugar de Encuentro natural. En la Cumbre de La Habana, 1999, ya se decidió esta denominación por nuestro determinado compromiso cultural, social y académico, además de por nuestra relevancia histórica en lo que en 1992 acabó configurándose como el Encuentro de dos Mundos. Un espacio intercultural de solidaridad, cooperación e intercambio del que ya venían dando sobrada prueba La Universidad Internacional o el Festival de Cine, por citar sólo dos ejemplos incontestables de la profundidad de nuestro compromiso.

La determinación de instituciones y representantes (pactamos y promovimos la Declaración los cinco diputados de Huelva, así como los senadores lo hicieron en la Comisión de Asuntos Iberoamericanos reunida precisamente en La Rábida) hizo posible que a los pocos meses se acordara un Memorándum firmado por Diputación, Junta de Andalucía, Gobierno de España y Secretaría General Iberoamericana para llevar a cabo lo que al más alto nivel había sido aprobado: que desde Huelva se participará activamente en las Cumbres bianuales y que La Rábida tendrá en ese marco un perfil de sede permanente para la reflexión, la investigación y el diálogo entre países y continentes. A partir de ahí, y en el escaso tiempo (para los asuntos de Palacio) de otros tres meses, se viene configurando el Observatorio de políticas públicas sobre Desarrollo Sostenible y Cambio Climático que podrá elaborar un informe exhaustivo para las Cumbres y convertirse así en una herramienta decisiva para abordar en nuestro ámbito la necesaria acción frente a las consecuencias de una transformación, social y económica, que no admite demoras.

Huelva, de nuevo y así lo entiendo desde mi modesta experiencia, ha decidido incorporar su tradición y compromiso con la Comunidad Iberoamericana a la causa de procurarnos un mundo mejor, más ancho y próximo, en el que, más allá de las efemérides y protagonismo locales, se persigue un bien mayor. No sólo claves demográficas, lingüísticas o de mestizaje intercultural avalan la importancia del reto, sino que sólo desde la educación y la cultura compartidas podremos alcanzar los mayores beneficios de un mundo en tránsito. Pues si no cambiamos el modelo de desarrollo (económico y energético, sobre todo) corremos el riesgo de colapsar un futuro, natural y social, que no nos pertenece.

Nuestro mayor desafío

Sólo considerar que en 1775, cuando se inventa la máquina de vapor, habitábamos el planeta 790 millones de personas y que ahora lo hacemos 7.500 con la proyección de 9.600 en 2050, debiera habernos llevado a una acción inmediata hace mucho tiempo. El aumento de la temperatura, la degradación de los océanos o la progresiva desaparición de numerosas especies no parecían hasta ahora hacernos reaccionar. Y es que con el Cambio Climático ocurre como con algunas enfermedades cuyos efectos más severos sólo se advierten a largo plazo (pienso, por ejemplo, en la diabetes que padece una de mis hijas desde hace 24 años).

Nuestro planeta está aquejado de una galopante desnutrición (provocada en gran medida por el despilfarro de los recursos naturales) y de, cada vez con mayor frecuencia, convulsiones en forma de huracanes, sequías o lluvias torrenciales. Síntomas de los que creemos alejarnos con una dosis descomunal de recursos energéticos (¿es necesario vivir todo el año y en cualquier sitio a 22 grados?) provocando con el alivio pasajero males mucho mayores. Egoísmo y consumismo riman en el disparate global de creer que no nos alcanzará a nosotros hoy ni a los nuestros, mañana. Craso error, pues sólo una mayor solidaridad y un consumo más responsable pueden garantizar que lo que más queremos no acabe pagando tanto despropósito.

Los Acuerdos de París de finales de 2015 o la reciente Cumbre de Bonn algo nos alientan y nos empujan, a pesar todavía de algunos escépticos e irresponsables, a reaccionar. Cada uno desde su responsabilidad. Desde la más particular en el uso adecuado de lo que la naturaleza sólo nos presta, hasta la posibilidad de hacer más útil la Política (sí, con mayúscula) como en nuestro caso se ha determinado que sea la contribución de La Rábida a las Cumbres Iberoamericanas. Si hace 525 años en este mismo lugar pudieron conjugarse la voluntad política (y la habilidad diplomática de los franciscanos), la capacidad innovadora de los cartógrafos y la audacia y experiencia de los carpinteros y marineros de aquí, ¿por qué no hoy ser de nuevo un cauce de entendimiento y saberes, un lugar de encuentro para un planeta más justo y habitable? La modestia de entonces no está reñida con la de ahora. Tampoco la ambición de ocupar nuestro Lugar (de Encuentro, siempre) en el mundo.

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