De repente, la luz o cierta luz. A la negritud de la tarde noche del día 10, negritud sobre todo cuando se concretó la idea de que Carles Puigdemont había dado luz verde a la independencia -el documento que firmaron después del pleno los diputados de JxSí y la CUP era inequívoco-, siguió una cierta esperanza al acordar Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, en su reunión también nocturna en La Moncloa, que el líder socialista apoyaba el inicio del procedimiento para aplicar el artículo 155 de la Constitución y que el líder del Ejecutivo aceptaba abordar una reforma de la Constitución. El acercamiento entre los dos dirigentes cambia el panorama político: apacigua el tremendismo, y pone algo de optimismo, muy medido, en el pesimismo con el que España entera, Cataluña incluida, veía el futuro.

Rajoy compareció ayer ante el Congreso para exponer su posición frente al desafío independentista. No dijo nada muy distinto a lo que había expresado hasta ahora, pero su semblante no era tan preocupante como en su últimas comparecencias. Explicó por primera vez sus negociaciones con Artur Mas y sus exigencias, por qué no fue posible continuar el diálogo, desmenuzó todo lo que ocurrió el 1 de octubre, elogió a Cataluña y a su ciudadanía, dio cifras sobre cuál había sido el apoyo económico dado por su Gobierno… De alguna manera quería demostrar su respeto, admiración y afecto hacia los catalanes, pero no al actual Ejecutivo regional.

No fue su discurso, ni el apoyo del PSOE y Ciudadanos al Gobierno, lo más relevante de la jornada posterior al día en el que Puigdemont abrió, de especial manera, la puerta a la independencia. De especial manera para eludir la acción de la Justicia, pero el documento firmado por su Gobierno y por sus parlamentarios dice lo que dice, así que si intenta engañar en su respuesta al requerimiento presentado ayer lo tiene difícil. Aunque es tanta la desfachatez demostrada por su partido y por él mismo para presentar como ciertas las mentiras más asombrosas, que no extrañaría que respondiera al requerimiento negando la proclamación de independencia.

Uno de sus diputados osó presentar en el Congreso una portada del The Economist de hace cinco años en la que se expresaba el dolor de España por su crisis económica. Guillaume pretendió hacerla pasar por una portada actual... con el dolor por la forma en la que se estaba gestionando la lucha por la independencia.

La esperanza la ha producido el acuerdo entre Rajoy y Sánchez respecto al artículo 155, pero también que se inicia una época de diálogo entre los dos partidos mayoritarios del que no puede salir nada malo. También se ha visto como algo letal para Puigdemont, en el plano político, la ruptura de la CUP con el Gobierno catalán. Ruptura que hoy es una evidencia, aunque en política nunca se sabe cuánto duran las rupturas ni las uniones. Pero si se mantiene esa ruptura, la debilidad de Puigdemont es tan manifiesta que incluso puede perder el bastón de mando. Si la Justicia o la aplicación del 155 no llaman antes a la puerta de su despacho del Palau de la Generalitat.

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