Análisis

ANTONIO JESÚS GARRIDO

Una manifestación como nosotros sabemos

La Iglesia Católica, al igual que cualquier otra institución, no está exenta de críticas. Actualmente, muchos claman contra abusos pasados y hechos presentes que, realmente, escapan a nuestra verdadera naturaleza. Es habitual que pongan en cuestión su papel en la sociedad y que ridiculicen nuestras creencias pero, últimamente, parece que existe una campaña de acoso y derribo contra nuestros valores y, lo que es peor, contra nuestra libertad.

Quieren poner en duda todo aquello en lo que creemos, menospreciar nuestra labor, ocultar nuestro trabajo. Incluso abogan por expropiar a la Iglesia una de sus catedrales andaluzas más especiales. Y si todo esto fuera poco, ahora tenemos que presenciar ataques contra nuestra libertad, pues quieren quitarnos la elección de nuestra educación desde la fe e, incluso, eliminarnos de las televisiones.

Como miembro de la Iglesia, estoy acostumbrado a burlas de compañeros de Facultad y a faltas de respeto. Normalmente, me limito a ignorar ciertos comentarios y a seguir trabajando en lo que creo, pero después de ver lo sucedido en el Carnaval de Las Palmas, y tras conocer el deseo de algunos de suspender la misa en la televisión pública y la voluntad de retirar las ayudas a los colegios concertados, me veo obligado a pronunciarme a través de estas líneas.

Nuestro papel en la sociedad es fundamental, y no sólo en el sentido del desarrollo de nuestra fe cristiana. La Iglesia es mucho más, y eso lo podemos comprobar en los comedores, hospitales, en los colegios, en la labor de misioneros y de otros clérigos, en la caridad de las Hermanas de la Cruz y otras congregaciones…

Es una labor encomiable por la que no pedimos nada a cambio. Sin embargo, no podemos consentir que unos pocos pongan trabas a la educación que, libremente, elegimos, ni que nos borren de la televisión cuando miles de personas, de forma discrecional, siguen el santo oficio. Libertad y respeto. No pedimos más.

Todos tenemos derechos. Unos, desafortunadamente, para disfrazarse y ridiculizar nuestras imágenes marianas (que, por cierto, se han librado del proceso judicial) y otros para tener la opción de escoger una educación desde la fe sin que nadie se lo impida o ver por televisión una misa. Tanto unos como otros tenemos esa potestad, pero parece que los segundos no pueden ejercerla libremente y eso no puede permitirse.

Para pedir tolerancia y exigir que no invadan nuestro espacio, no podía ser más idónea la fecha ni el lugar. En Cuaresma y en la tierra de María, en el hogar del Rocío, en la ciudad de La Cinta. En Huelva, donde las hermandades invierten miles de euros en caridad, donde la Iglesia educa a cientos de niños, ayuda a pobres y a necesitados.

Debemos sentirnos orgullosos de lo que somos y defender a capa y espada nuestra religión y nuestras tradiciones. Debemos salir a la calle a manifestarnos, pero como sólo nosotros sabemos: con pública protestación de fe, con ejemplo de saber estar, haciendo gala de nuestra libertad de expresión, bajo la bandera del respeto y con el baluarte de la tolerancia.

Es nuestra hora. Ahora nos toca a nosotros manifestarnos. Hagámoslo con ilusión y, sobre todo, con mucha esperanza.

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