Análisis

josé antonio vieira

La borriquita

Quizá sea nuestra burrita quien le muestre por vez primera al Señor

Desde siempre, se ha dejado querer por todos, en eso no hay discordias. Cada Domingo de Ramos, agolpados en el entorno de San Pedro, nos esforzamos en buscar al pequeño jumento sobre el que Jesús entra triunfalmente en Jerusalén. A pesar de haber sido la cabalgadura del Señor, se guarda con celo su nombre, aunque muchos inspirados pregoneros la han intentado bautizar. Habrá muchos que digan que el animal parece humillado, pero la verdad es que es un animal liberado; estaba atado y el Señor mandó que lo desataran, por ello siempre se la ha visto feliz. La burrita de la Hermandad de La Borriquita concita sobre ella muchas miradas de esos padres y abuelos que incluso no siendo creyentes, se afanan en buscarla para hacer felices a sus hijos o nietos. En ese sentido, nuestra borriquilla es como la presencia de los Reyes Magos, que hace felices a todos, independientemente de sus creencias. Todos los cofrades del mundo mundial somos de la burrita. Siempre que se habla de un burro, se nos viene a la mente la imagen de un animal humillado que sólo vale para la carga, o de una persona zoquete, o grosera y ruda en sus modales. Es un animal que en todas las generaciones, en la conciencia colectiva, se le ha tenido y aún se le sigue teniendo como el símbolo de la incultura y la tozudez. Pero la imagen debe ser otra bien distinta. Probablemente, cuando San Francisco se encontraba con un asno, seguro que le llamaría hermano burro, y es que como en cierta ocasión dijo el Papa San Juan Pablo II, los animales tienen un soplo divino. Así, el burro debe ser de los animales más divinos, no en balde es nombrado en la Biblia en infinidad de ocasiones, incluso, en el libro de Números encontramos a una burra, como es la de Balaan, que habla. Y fue un burro quien ayudó a la Virgen María tanto para llegar a Belén, como para luego huir a Egipto con su Hijo. Pero centrándonos en la burrita del Domingo de Ramos, es tan grande que en todos los lugares donde haya una Hermandad que represente la Entrada del Señor en Jerusalén se la va a conocer por la Hermandad de la Burrita, la Pollinica, La Borriquita… Y eso a nuestra burrita la hace feliz. Al mirarla se la ve como un animal noble, que realiza su encomienda con fidelidad y ternura, dando así un gran ejemplo a los humanos. A veces, parece que esboza una leve sonrisa y es que se siente tratada con cariño. Del pasaje evangélico que represente la Hermandad de San Pedro del Domingo de Ramos, los cuatro evangelistas se hacen eco. Ninguno le da nombre a tan humilde montura, quizás porque en ella, en nuestra burrita, están representadas tantas buenas personas que se afanan por llevar al Señor por el mundo, igual que hizo ella. A nuestra borriquita nadie la trata con desprecio, nadie la insulta, todo es cariño hacia ella, quien año tras año hace que al mirarla muchos dirijan sus miradas al Señor, pasando ella desapercibida. La borriquita es y será siempre uno de los símbolos de la Semana Santa. Sólo nombrarla a algún chiquillo y a éste se le dibuja una sonrisa en la cara. La burrita del Domingo de Ramos se deja querer por todos. Probablemente ya nadie le escriba ningún artículo. Realmente no hace falta, pero cada Domingo de Ramos, cuando a un niño se le encienda su sentir cofrade, querrá ver a la Hermandad de la Borriquita y quizás sea nuestra burrita quien le muestre por vez primera al Señor.

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