Cuenta la leyenda que había días en los que el recreativista tenía un despertar agradable, sin dolores de cabeza ni insomnio por pesadillas deportivas o extradeportivas. Relata la historia que el seguidor albiazul encaraba las semanas con una sonrisa que iba desde Ayamonte hasta Matalascañas y que, una y otra vez, revivía en su mente la última victoria de su equipo y los goles de su ídolo de turno (que solía ser un delantero porque, aunque no lo crean, aquí había delanteros que marcaban goles). Incluso, a veces, repasaba la clasificación echando las cuentas de la lechera, ya que sólo el hecho de pensar que podía volver a vivir un ascenso con su Recre le hacía sentir mariposas en el estómago. Cierto día muchos fuimos ese recreativista, y que conste que no fue una alucinación, aunque hoy parezca que de eso han pasado siete siglos.

Que todo lo de este curso, lo del anterior, lo del anterior al anterior y lo de los siete cursos futuros (Dios -y Hacienda- mediante) estará marcado por las gracias de la sanguijuela y por las de los amigos -muy graciosos también- de la sanguijuela está clarísimo, pero ya no sirve de nada el lamento. Lo que pasa sobre el césped, que es lo que al personal le acrecienta los miedos o le mitiga los males, viene destrozando cruelmente las energías restantes de los que tanto esfuerzo hicieron hace muy poco por su club y por su equipo. Ellos no se merecen esto. Los jugadores (y el entrenador) ya no tienen excusa y deben sacar los pies de este lodazal sí o sí, porque casi todo depende de ellos. Con refuerzos o sin refuerzos, sin lesiones o con ellas, con árbitros malos o con árbitros peores: no hay justificación posible para que llegue el último de la fila y nos baile un tango y tres bulerías usando nuestra cara como tablao. Los de arriba se han jugado lo suyo con la expropiación del Decano para evitar su inminente desaparición; el consejo, ídem para tratar una complicadísima vuelta a la normalidad; los empleados han hecho más de un milagro y los aficionados se han dejado ya muchas cosas por el camino para poder ir cada quince días al estadio. Ahora les toca, otra vez, a ellos, verdaderos protagonistas de todo esto. Hagan la heroica, como el año pasado; hagan lo que sea, pero salven el barco cueste lo que cueste. Y empiecen por Almendralejo, si son tan amables.

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