Análisis

Miguel lópez verdejo

Vestir la túnica

En estos días de papeletas de sitio saca la túnica y vístete de nazareno

Para esta semana, creo que he sido bastante directo con el título de este artículo. Nada de metáforas. Considero que hay pocas cosas más cofrades que vestirse de nazareno, y por este motivo, quiero compartir con ustedes, queridos lectores, algunas sensaciones que quizá contribuyan a mover el espíritu de aquellos que no lo hacen para que se animen a acompañar a sus titulares.

Por un lado, debemos mencionar, sin duda, el sentido devocional. Se trata de un sacrificio que se ofrece al Señor. Pues claro que, con el paso de las horas, el morrión nos asfixia y todo nos pesa (¿con qué fin pensamos que se ideó el hábito nazareno?), pero parece que, un solo día al año, durante algunas horas, muchas o pocas, dedicar ese esfuerzo minúsculo a quien dio la vida por nosotros, no debiera ser tanto. Un cansancio que a las pocas horas se ha ido frente al martirio de la cruz. Parece que no hay comparación. Pero claro, insisto siempre: el problema es que esto de que hubo un Jesús que derramó su sangre para la redención del género humano hay que creérselo, y esto, que puede parecer una obviedad, no lo es. Para muchos, la verdad que encierra la Semana Santa resulta un episodio meramente histórico muy lejano en el tiempo, y esa idea provoca un distanciamiento imperdonable. Miremos al Cristo de nuestra devoción como un hombre (Hijo de Dios, pero hombre al mismo tiempo) muerto en la cruz. No como una obra de arte, sino como una representación real del momento central de la Historia de la humanidad. Como el ejemplo más hermoso de amor por los demás, incluso por aquellos que lo traicionaron, lo crucificaron e incluso por aquellos que no conocía. Cómo no acompañar a ese Jesús. Cómo no seguir los pasos, durante unas horas escasas, de ese Cristo que abandonó este mundo terrenal en la cruz de nuestros pecados.

Por otro lado encontramos, claro está, el componente familiar. O tradicional. O como queramos llamarlo. Tener la suerte de haber compartido en familia la maravillosa sensación de vestirse tantos a la vez, salir de casa juntos y regresar del mismo modo es algo difícil de explicar. Es otro de esos hechos que admiramos en ciudades vecinas ("mira cómo salen siete nazarenos de ese portal") y después, incomprensiblemente, no plasmamos en nuestra ciudad. No se entiende, la verdad. ¿No nos damos cuenta de que esa maravilla no es más que la puesta en práctica de unos pocos aquí, otros allí, unos más allá… que entre todos van gestando ese acervo, maravilloso, rico como pocos en costumbres, como es la Semana Santa?

Finalmente, considero imprescindible recordar lo que nos aporta la meditación cuando nos vestimos de nazareno. Es algo que, al menos yo que no paro ni un día, agradezco mucho. Es el momento perfecto de reencontrarte contigo mismo, y me importa poco que suene a tópico manido porque lo escribo desde el corazón. No tengas miedo a escucharte. En medio de la calle, rodeado de gente, tras tu túnica y tu morrión, estáis solos el Señor y tú. Tanto es así, que luego, de vuelta a casa, te parece imposible haber pisado esos mismos adoquines. Bendita abstracción. Tanto, que no puedo evitar esta recomendación, amable lector que has tenido la paciencia de llegar hasta el final: ahora, en estos días de papeletas de sitio, saca la tuya y vístete de nazareno. Reencuéntrate contigo y con el sacrificio de Jesús. Nunca será un esfuerzo en vano.

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