Han pasado 'sólo' veinte años, pero parece que han sido cuatro vidas enteras. El jueves se cumplirán dos décadas de esa invernal noche soriana que dejó helados -literalmente- a 250 valientes albiazules que se acercaron hasta los viejos Pajaritos. El recreativismo no se lo podía creer. Valía un empate para dejar atrás siete terribles años repletos de penas (encierros, monotonía, desilusión)… pero se perdió. La locura del 3-3 frente al Numancia 8 días antes en Huelva se tornó, ese Domingo de Calderas, en lágrimas inconsolables. Uno, que tuvo la suerte/desgracia de vivir in situ ese fatídico día en una esquinita del viejo estadio soriano, no ha vuelto a ver en su vida llantos tan desoladores en la grada y en el césped, y mira que, desde entonces, hemos pasado calamidades. Imposible describir el momento en el que se derrumbaron los jugadores y se desmoronaron los aficionados cuando el duelo terminó; de esas cosas que marcan para siempre.

La desolación de ese domingo y el infernal viaje de vuelta a casa se tornaron, sin embargo, en un orgullo incomparable al día siguiente, y estoy seguro de que todo el que se acercó ese lunes al Ayuntamiento confirmará lo dicho. El espectacular recibimiento al equipo pese a no ascender a Segunda es de los momentos que hay que recordar a aquellos pesados que se empeñan en decir que aquí la gente sólo apoya al Recre cuando éste está en Primera. Lo de ese día, como todo lo que ha pasado, por ejemplo, en los últimos dos años, habrá sucedido en Pernambuco, según parece.

Tras lo de Soria llegaron un ascenso a la categoría de plata -dos si contamos el administrativo-, dos ascensos a Primera, cuatro temporadas en la élite -el mejor curso de la historia del club incluido- y hasta una final de Copa. Nadie hubiera imaginado que aquellos llantos 20 años atrás tendrían tal recompensa. Y este sufrimiento, esta espera y esta tremenda agonía de ahora deben quedar, en un futuro, en otro recuerdo que endurezca el caparazón, llegue luego lo que llegue. El Ayuntamiento se comprometió a solucionar este papelón como fuera y la solución no es sólo no descender e inscribirse, sino levantar embargos, pagar lo debido a todo el mundo y volver a ilusionar a la gente. Pues en sus manos está; en sus manos estamos…

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