Como todo es relativo, según la opinión de cada uno, podemos convertir lo grande en pequeño y viceversa. Esto hace que algunos vean sublime lo que para otros es ridículo, y, al tiempo, en otro contexto diferente, haya quien afirme que, lo que para el resto es una trochería, para ellos alcanza cotas de grandiosidad.

Aplicado a lo cofrade, se me ocurre que pertenezco a una hermandad pequeña, porque si comparamos su nómina con otras más populosas, la verdad es que somos pocos. Hay hermandades en nuestra ciudad que cuentan por miles sus hermanos, mientras que en otras nos debatimos en las tres cifras.

Mi hermandad pasa casi inadvertida, porque para todos los que realizan sus listas de popularidad cofrade según el virtuosismo de la cuadrilla de costaleros, pues tampoco destacamos mucho. El paso de nuestro Santo Cristo se limita a andar de frente, sobriamente, sin aspavientos. En silencio. Su capataz no se prodiga mucho ante otros pasos, ni frecuenta las tertulias ni está en boca de nadie. Es una persona discreta, y gusta de transmitir esa misma idea a sus costaleros, como bien decía uno de sus predecesores ("aquí sólo se queja el Señor").

Pertenezco a una corporación que no se afana por sacar cuantos más nazarenos mejor. Somos los que somos, y no pretendemos competir con nadie (ignoraba que esto fuese una competición). Los que salimos vamos juntitos, y en silencio acompañamos al Señor. La hermandad de la que formo parte resulta ante el público incluso extraña: desde hace años no estrena casi nada porque está centrada en el culto en su templo, y esta preocupación hace que el discurso que mantienen se aleje tanto de los intereses de muchos hermanos potenciales. A lo mejor por eso no crece.

Pero claro, si cambio la vara de medir, resulta que esta cofradía a la que pertenezco es grande al mismo tiempo, porque contra viento y marea sigue manteniendo el mismo espíritu con el que se fundó. Sin tumbos, sin vaivenes. En su línea. La cofradía de la que os hablo es enorme, porque en sus pocos años de historia ha levantado nada menos que dos templos para la diócesis: uno, como verdadero objetivo de su fundación ya que sirvió de unión de muchos de sus primeros cofrades; y el otro dedicado a su titular y en el que desarrolla su actividad. Todo el año. Poniendo como centro y razón de ser de su vida la eucaristía semanal. Y además, resulta que esto tal como te lo cuentan se lo creen. Nada de teatros.

Esta hermandad y cofradía, a pesar de su corta historia, tiene un tamaño colosal, porque puede presumir de haber tenido en su nómina a cofrades de primer nivel. Personas que supieron gestionar un pequeño grupo tan acertadamente que hoy, los que venimos detrás, podemos disfrutar de una casa y de una corporación de la que podemos estar muy orgullosos.

Desde mi punto de vista, querido lector, la Hermandad del Santo Cristo de la Misericordia es gigante. Es fuerte y sólida como la que más, por mantenerse firme ante el paso de los años, sólo con el cambio de salir de unas horas intempestivas para acercarse a la ciudad y a las familias que quieran contemplar al Señor. Por mantenerse viva, de un modo efectivo y real, durante todo el año. Por cuidar la liturgia y el culto al Señor y a su Santísima Madre como lo hace desde un principio. Por regalar a sus hermanos nazarenos, acólitos y costaleros unos momentos previos a la salida reconfortantes y únicos, de verdadera meditación y recogimiento.

Ya ven que, según como se mire, esta hermandad es pequeña o grande, depende de la vara de medir que se use. Usted, ¿cuál elige?

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