Análisis

M. CARMEN CÓRDOBA

Sentimiento y conocimiento

Hay niños que dicen que quieren ser costaleros, porque son héroes para ellos

Ya entrados en la segunda semana de Cuaresma, las hojas del calendario pasan rápidamente, de forma precipitada, queremos ir por delante del tiempo, hacer extraordinario aquello que no lo es, con ese afán de ir más allá, sin vivir lo esencial, sin mirar a los lados. Haciendo un poco de meditación y escuchando el retiro cuaresmal de este año, donde por cierto no estaban los cofrades, (y eso que queremos formación), llama la atención la referencia a una Cuaresma sanadora, y a quiénes son los héroes en la vida, personas anónimas que se esfuerzan por estar en pie a pesar de las dificultades, de aquellos que mal viven por poder conseguir un sustento para mantener a sus familias, los héroes de a pie; que, sin embargo, no son los famosos, futbolistas, blogueros u otros, que esta sociedad tiene por héroes.

Pues bien, esto me ha llevado a reflexionar sobre el mundo del costal, que para tanto da, con numerosas charlas, debates, tertulias y ponencias. Hace unos días, escuché a un niño decir que quería ser costalero, que era como un héroe para él. Ante esto, debemos cuestionarnos qué entendemos hoy en día por héroes y, sobre todo, preguntar qué se siente o qué se experimenta debajo de un paso, o si es en verdad una herramienta para acercarse a Dios.

El significado primitivo de la palabra costalero se debe a un oficio de hace siglos, de las personas que se dedicaban a la carga y transporte de pesados bultos, muebles o portes en los muelles. Un duro trabajo de hombres humildes para poder mantener a sus familias. De aquí, se pasó al costalero profesional, cobrándose también por portar los pasos. Fue en la década de los setenta, cuando jóvenes cofrades empiezan a formar parte de esas primeras cuadrillas de hermanos costaleros, y los profesionales poco a poco empiezan a desaparecer. Estos jóvenes, ya hermanos de las cofradías, los van desbancando paulatinamente. Este movimiento del costal no se entendería sin atenerse a la evolución histórica, social, política y económica de los tiempos.

Hoy en día se vuelve a hablar de profesionales debajo de los pasos, que disfrutan de lo que ahora llaman costalería, de las técnicas que hay que usar y del conocimiento que hay que tener, de los años que llevan, de "a mi me vas a enseñar tú", de dejar o llevar el costal según quién va delante, o "yo con éste no voy debajo", o "este es el oficio más grande del mundo". Se ha pasado a un grupo privilegiado, para algunos, de los que dependen muchas hermandades, con el culto al cuerpo, el llamar la atención, pantalones remangados, tirantes, camisas a cuadros y costal debajo del brazo, de lunares, colorines, paseándose a diestro y siniestro.

No sé si afición y devoción deben ir unidas, pero lo que no se debe es perder su sentido, su fin único, porque ese esfuerzo y sacrificio, quiero pensar, que son por algo más, y que siempre estará ese costalero que pase lo que pase, pondrá por delante a su titular. Se siente nostalgia, al pensar en aquellos jóvenes que en los años setenta y ochenta pusieron todo su sentimiento debajo de los pasos, de esos que jugaban a pasitos por las calles oscuras, dejando el aliento, en descampados, por adoquinados, detrás de los cabezos, con aquellos costales y fajas cosidos y hechos a mano, para llevar a sus titulares con todo el honor que se merecían. Esto no se aprende, se siente, no está en los libros, era devoción. De aquí, este reconocimiento a estos jóvenes, entre ellos mi hermano y otros, que nos enseñaron a querer y a vivir este mundo del costal, tal vez de forma diferente, pero poniendo todo su corazón, con un sentimiento sincero y verdadero.

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