Un rato después de la finalización del partido, el utillero de la selección irlandesa entró en el vestuario del rival. Maha Nonu lo saludó con una cariñosa palmada en el hombro al salir, el único que quedaba dentro era Richie McCaw que, de rodillas y con la oreja pegada al suelo, trataba de alcanzar una lata de refresco vacía que se había colado bajo una taquilla. "¿Pero se puede saber qué estás haciendo?". El utillero irlandés no daba crédito. Allí estaba el capitán de los All Blacks recogiendo la basura. El vestuario lo habían dejado como un quirófano. Impoluto.

En Edimburgo, después de finalizar un Escocia - Nueva Zelanda, me acerqué a la parte baja de la grada tratando que Kieran Read -mejor jugador del año- accediese a hacerse una foto conmigo. Con una increíble amabilidad me respondió que no podía, tenía que llevar el material del equipo al vestuario. "Hansen se enfadará si no estoy allí pronto". Mientras recogía botas y cargaba con bicis estáticas, a unos 5 metros de donde yo estaba, me preguntó qué me había parecido el partido. Hoy es el capitán que ha sucedido a McCaw.

Esos tipos han comandado al equipo deportivo más importante de la historia. Los All Blacks (selección neozelandesa de rugby) han llevado la filosofía del trabajo en equipo hasta su máxima expresión, haciendo de la ejecución de esta un arte. Han cambiado un deporte histórico cuando ya parecía que estaba todo inventado. Se han convertido en dioses para la masa pagana del rugby mundial, empujando a este deporte hasta unos extremos de velocidad, eficacia y excelencia tales que no existe otro grupo de deportistas que haya llegado a ese nivel en su disciplina. Y todo ello, ejecutado por gente como Kieran Read o Richie McCaw. Jóvenes que han entendido que el idioma que mejor se entiende es el del ejemplo. En breve recogerán el Premio Princesa de Asturias de los Deportes. Merecidísimo.

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