Me pellizco, incrédulo, no me lo puedo creer. Es incomprensible e inadmisible lo que está pasando con el Recreativo. Es como si esta plantilla no tuviera alma ni corazón, como si fuera inmune al sentimiento. Están, a base de decepciones, confirmados todos los malos presagios que se despertaron hace meses. No tiene explicación convincente y no tiene perdón del cielo.

Esta plantilla, que cuesta mucho dinero, es el mayor fracaso de los últimos años. Porque con anterioridad, al menos en las dos temporadas precedentes, eran unas plantillas compuestas por lo que las posibilidades económicas permitían. Y coincidimos muchos en que esos equipos tenían muchas limitaciones, hasta el punto que demostraron que no estaban para trotes de altura, sólo para mantener la categoría. Pero había conciencia de ello. Luego estaba asumido, sobre todo porque el club estaba en el embargo y era lo que había.

Hoy es diferente. Echando la mirada atrás, nos frotábamos manos y ojos porque intuíamos que la calidad del plantel se había elevado considerablemente. Y eso permitía soñar. No sé con qué meta pero soñar al fin y al cabo. Es más, se admitía que fuese una temporada de transición porque así lo determina un club patas arriba y manga por hombro, sin hoja de ruta clara y a veces sin norte, dirigido por un mando a distancia, con todo lo que comporta eso para los que tienen que dar la cara pero que carecen de mando en plaza. Lo que no se esperaba es que a falta de unas jornadas para el final, el Recre, después de hacer el enésimo ridículo en Marbella, se presentase de nuevo en el Colombino para disputar otra final en toda regla por mantener la categoría.

Está muy bien que la Federación de Peñas, que es la que se mueve, haga de tripas corazón y vuelva a llamar a filas al recreativismo. Pero ya no basta con eso. La gente está cansada de dar sin recibir nada a cambio. Y para colmo, la plantilla hace vacío con el único vínculo que les une con los aficionados, lo medios de comunicación. Da la impresión que de sentimiento, cero. Y así es complicado. La torpeza se ha instalado hace tiempo en el seno de un vestuario que ni da ni se le espera. Hubo tiempos gloriosos en los que la naturalidad presidía. La gente tocaba a sus ídolos. Los veía cercanos. Y resulta que cuando más humildad debe haber, menos se nota. No se entiende nada. Así que menos exigir, incluidos todos, y más autocrítica y consideración. Es vivir o morir. Eso lo dice todo. Que se muera la poesía barata.

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