Análisis

rogelio rodríguez

Pendientes de la Justicia como consuelo

El tiempo se acelera de cara a unos comicios en Cataluña, un escenario desagradable

De los tres poderes del Estado, sólo parece a flote el Judicial, aún con todos sus defectos, carencias y condicionantes. Queda confiar, aunque no sea a pies juntillas, en que la Justicia ofrezca brotes de orden y esperanza en la abandonada labrantía de una España asaeteada por políticos incapaces, oportunistas, muchos de ellos corruptos y algunos golpistas. Quizás sean los menos, pero la imagen que expanden los más señalados anula la credibilidad del pueblo en sus cuadros dirigentes y ensombrece el futuro de un país que, tras cuarenta años de dictadura, encauzó su desarrollo, durante casi otros cuarenta, a través de la concordia, el consenso y la Constitución.

No todo se hizo bien en este tiempo de progreso, medicinado con libertades y derechos. Los padres de la democracia, instruidos en la escuela de la adversidad, dejaron sin abrir el maloliente melón de la autarquía franquista y las pepitas de sus víctimas inocentes aún claman, con estremecedora razón, contra la arbitrariedad de su silencio y la cruel ocultación de sus muertos. Hay reparaciones pendientes, pero sería de necios, como proponen Bildu y la nueva izquierda radical, amputar las piernas a la Ley de Amnistía del 15 de octubre de 1977, preámbulo para la aniquilación del actual régimen democrático.

Y sería un suicidio permitir que el populismo manipulador arrase la conciencia de una sociedad carente de líderes sólidos, con escasas referencias éticas, atorada de abusos y, por tanto, debilitada en su capacidad de raciocinio. Los cabecillas del desaguisado, inquilinos en sedes gubernamentales u opositores con guadaña, han sustituido la moderación reflexiva, propia de intelectos capaces, por la destemplanza, madre de tantas inclemencias. Las culpas están repartidas. El escarnio se ha establecido en los templos públicos y en el debate político impera la demagogia, el enemigo más temible de la democracia, que decía el eminente profesor de la Sorbona Alfred Croiset.

Si el reciente Pleno del Congreso sobre la prisión permanente revisable resultó una procaz pulsión de electoralismo y las más que justificadas reivindicaciones de distintos sectores sociales maltratados, caso de los pensionistas, son utilizadas por grupos sectarios para su futura cosecha electoral, la afrenta de los partidos independentistas al Tribunal Supremo ha agigantado el esperpento, al proponer, sin visos de éxito por la espantada de la CUP, al encausado y ayer encarcelado Jordi Turull como presidente de la Generalitat. El tiempo se acelera para la Justicia, en las firmes manos del magistrado Llarena, y de cara a la convocatoria de nuevos comicios. Un escenario cada día más desagradable.

El delirante conflicto catalán, sumado a los múltiples casos de corrupción en proceso sumarial, a la crisis que no cesa para las clases media y baja, a la torpeza, falta de cuajo y oscurantismo del Gobierno de Rajoy, al descrédito del PSOE de Sánchez como cabeza de la oposición, a las mordientes arengas de los pupilos de Podemos, a… han dado rienda suelta a los demonios. Y, de momento, campan a sus anchas.

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