Eta anuncia su disolución definitiva y la entrega de las armas. Ojalá sea cierto, ojalá se ponga punto final a la pesadilla, ojalá se equivoquen los que vuelven a mencionar las treguas trampas anteriores.

Hay motivos para la esperanza pero también para el escepticismo. Lo primero porque la banda está imposibilitada de retomar su actividad terrorista ya que los etarras que todavía defienden lo que llaman lucha armada son muy pocos; son detenidos en cuanto pestañean y, lo que es más grave para ellos, su brazo político está cómodo en su papel de partido incrustado en las instituciones. Lo segundo se entiende porque en los últimos años en un par de ocasiones se escenificó la entrega de las armas, una pantomima que no convenció a nadie más que a los llamados mediadores internacionales, que de intermediarios tienen poco pero se han hecho de oro cobrando a los terroristas por un supuesto trabajo negociador.

Existen motivos para andarse con tiento, pero es evidente que lo tentador es dar credibilidad a la información de Le Monde, no sólo porque se trata de un periódico riguroso sino también porque recoge datos muy concretos sobre las declaraciones del etarra detenido en Francia hace unas semanas, así como de la labor que realizan cargos electos galos para poner fin a los años asesinos de una banda que actuaba en España pero también en el sur de Francia.

Si se confirma la entrega de las armas y explosivos y la banda se disuelve, hay asuntos pendientes. El fundamental, el relato: que nadie olvide la tragedia de ETA, su brutalidad, eran asesinos que mataban indiscriminadamente. Queda pendiente el futuro de los presos, ETA pretende que se les permita ser trasladados a cárceles cercanas a sus domicilios; quizá se pueda hablar a medio plazo, pero antes la banda debe dar pasos irreversibles: entrega de armas, condena del terrorismo y pedir perdón. El anuncio es una excelente noticia, pero primero debe confirmarse que sus intenciones son sinceras.