Hablar del significado original de la música es hablar de la vida misma, pues no se concibe la existencia de la vida misma si no va emparejada con los acordes de la música en su expresión natural.

Se puede decir, por tanto, que la música transmite vida y que la propia vida lleva la música consigo.

Todos los sonidos, desde que en este mundo hubo vida, fueron produciendo notas musicales recogidas en el ambiente. Prueba de ello, nos lo ha demostrado la propia naturaleza y para ello no hay mayor y mejor escenario que la extensión de todo el campo, donde podemos escuchar todo un concierto de modulaciones musicales sin necesidad de instrumental alguno.

Pongamos atención y empecemos a percibir el trinar armonioso de los pajarillos, en sus distintas tonalidades, anunciando las primeras luminosidades del alba. ¿No es esto música?

Escuchemos después el cadencioso murmullo del agua del arroyo que discurre entre las peñas, removiendo entre su corriente los guijarros de su lecho. ¿No es esto musicalidad?

Oigamos ahora cómo el viento suave o fuerte pasa raudo entre la enramada del sotobosque de pinos, meciendo sus ramas, esparciendo en el ambiente modulaciones melódicas o, por ende, silbando o gimiendo en un apoteosis musical; o cuando este aire arremete contra las mieses del trigal, ondulando sus espigas doradas, que en su rozamiento, le hace producir cadencias musicales en tono menor, que agradece el oído.

Y ahora prestemos atención a un balido de ovejas a dos voces, de la madre y de la cría, oyendo al mismo tiempo el monótono zumbido de las abejas libando el dulce néctar de las flores, acompañado igualmente del mugir de vacas pastando en el prado. ¿No es esto una demostración coral de sonidos y voces?

En las tardes calurosas estivales escuchamos a la cigarra (o chicharra) subida en los cardos borriqueros, tañendo las cuerdas de su violín corporal, abrazándose de sol y llegando la noche, apacible y serena. El cric-crac de los grillos carboneros que se percibe de continuo, que son también acompasados con el croar de los ranos que habitan en los cercanos charcos. Se oye un continuo siseo del búho erecto e inmóvil casi escondido, entre la penumbra del viejo alcornoque.

En el silencio de la noche no se crea tal silencio, pues una sonoridad no humana invade todos los rincones del entorno. No digan ustedes, dilectos lectores, si no es música llegada del cielo cuando refugiados bajo techo oímos el incesante caer las gotas del aguacero sobre la hierba, chafándola en un acorde de notas sostenidas, mientras que nuestra vista queda en éxtasis, en la contemplación del agua que cae con su sonido cadencioso.

Todo ello es como una polifonía de acordes musicales, de un pentagrama que nunca fue compuesto, pero que la naturaleza y nuestro hacedor tomaron buena parte. Pitágoras consideraba la música como ciencia y no como arte; al igual Platón afirmaba que las leyes armónicas que gobernaban los sonidos eran las mismas que regían la física, pero también se aseveraba que la música era considerada como la expresión de la parte individual que existe en el hombre en su estado anímico.

Se deduce, por tanto, ciencia o arte van ligadas de tal forma con la vida que nos es necesario para nuestro gozo, como el aire que respiramos (es un decir), y que suele acompañarnos en los momentos más ociosos y placenteros de nuestra vida, con sus diversas expresiones musicales, bien sea las que nos dona la naturaleza, como la música popular y ancestral del ambiente rural: la clásica orquestal de grandes músicos; la religiosa, bajo la sonoridad del órgano; la gregoriana conventual y todas aquellas músicas más ligeras, que son sobradamente conocidas, según los países que las interpretan, en sus distintas modalidades, y que se han ido cambiando los instrumentos musicales, desde el prehistórico cuerno de caza hasta de las mayores técnicas de nuestra época.

Dicen que la música apacigua a las fieras. Puede ser cierto porque, para los humanos, la ejecución de una buena composición musical nos hace relajar y serenar nuestro organismo, adentrándose sus notas en nuestros oídos, con el mayor placer y hedonismo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios