Las liturgias son importantes. El cuidado del escenario, la elección del momento y la reserva de un intervalo de tiempo son esenciales. Máxime cuando lo que se celebra es la conquista por parte de una o varias personas del respeto sobre sí mismos; la recuperación de la vida; la victoria sobre sus propias sombras y sus miedos.

Cada uno vive la previa de un partido de rugby a su manera. Involuntariamente hace repaso de sus rivales más fuertes, esos que habitan en su interior y que están dispuestos a ayudar al equipo que tiene frente a él a derrotarlo. Rivales que crecen cuanta más atención se les presta y que alcanzan su máximo poder justo en el instante previo a la patada inicial, ocultando el plan de equipo, borrando del recuerdo lo poco o mucho que conoce del rival y convirtiéndose en su única compañía. Todos sus miedos juntos, y él a solas con ellos. Comienza el juego y tras los primeros compases nota que los temores decrecen, que no paran de menguar con cada placaje, con cada fase, con cada carrera con el balón en las manos, con cada encuentro con el suelo. El rugby, poco a poco, hace que los miedos y debilidades se hagan manejables y, terminado el encuentro, con ellos en el bolsillo, el jugador resurge como una persona nueva. El juego le ha propuesto una transacción, la ha aceptado y ahora quiere disfrutar de su nueva adquisición. Siente que se respeta, y eso le hace respetar a los demás. El tercer tiempo es esa liturgia necesaria, esa hoguera en la noche de Río Rojo en la que Montgomery Clift, interpretando a Matt Garth, cuenta de nuevo cómo sobrevivió a su enfrentamiento contra John Wayne, figura del padre colérico que representa lo peor de él mismo.

Los cazadores, pescadores, y jugadores de rugby exageran siempre sus hazañas. Tengan empatía en el caso de estos últimos; mientras comparten mesa con rivales y compañeros de equipo, si escuchamos con atención, nos cuentan cómo han vencido al mayor enemigo que se pueda tener: el yo. El que ahora habla es distinto del que comenzó el partido; es una persona mejor, y eso hay que celebrarlo.

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