Lo que me propones no me gusta, pero tú si me gustas. Eso que propones reconozco que me gusta, a pesar de que tú, no sé por qué, no me gustas. Centrémonos en lo que propones.

En un deporte de competición -como el rugby o cualquier otro- por lo general tu rival te pone cosas desagradables encima de la mesa: problemas a resolver; campos minados en el terreno de juego; tácticas al servicio de estrategias que pretenden verte derrotado; perros de presa para neutralizar a tus hombres más creativos, y a sus propios artistas dispuestos a utilizarte como un lienzo.

La base de la diferenciación entre unos deportes y otros está en la consciencia natural de que el que está enfrente no es el enemigo, es un adversario. La capacidad de verse en el equipo al que se enfrenta como el que se mira a un espejo es una de las cualidades del rugby. Ya sea el equipo rival de tu ciudad, del pueblo de aquí al lado, o ya sea un club que ni sabías que existía y al que el espíritu aventurero de este deporte te ha llevado a enfrentarte en ultramar, en todos nos vemos a nosotros mismos.

No se puede ser jugador de rugby si se tiene anulada la parte del cerebro responsable de la empatía. No es un deporte para psicópatas -aunque algunos flankers den el pego- es un deporte para gente con una gran capacidad de amar. Y si no tiene esa capacidad, el rugby se la enseña; y si su empatía es baja, el rugby la hará crecer. Si juegas al rugby es imposible que te ames y respetes a ti mismo si no eres capaz de hacerlo con el que tienes enfrente. Tu objetivo es destruir, aniquilar, reducir a cenizas lo que te propone el rival; y probablemente después será la gente con la que te tomes la cerveza más agradable del mundo, ya seas el vencedor o el vencido. El amor es la base de este deporte, de todos los deportes en realidad.

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