Hace unas semanas, en un viaje en coche a solas con mi hijo, mientras escuchábamos temas de Radiohead, de los Stones o del legendario Achtung Baby de U2, le descubrí la base rítmica del 4 por 4 que está detrás de casi todas las piezas del rock and roll.

4 tiempos, con 4 sub-divisiones. El ritmo te prepara para la entrada de una estructura nueva. El batería marca la pauta y de vez en cuando lanza a sus compañeros a la aventura. Son extrañas las experimentaciones con el ritmo, y hay que hacerlas muy bien para que atrape al que escucha. Mientras conducía caí en la cuenta de que el ritmo no es coto privado de la música; o quizás es que la música no es coto privado del sonido, ni de las ondas.

En ese viaje de extrapolación, tratando de liberar a la música de las garras del sonido, encuentro un primer atisbo de ella en el Escocia - Nueva Zelanda del pasado fin de semana. Murrayfield vivió un concierto de música en directo que estuvo cerca de darles un triunfo histórico al XV del Cardo. Fue fundamental el uso del pateo a bandas (percusión), huyendo del juego semi-abierto al que obligan las patadas a las manos del contrario si no se montan estructuras de defensa rápidas. Stuart Hogg, solista de la banda, volvió a brillar; y la rapidez con las manos no fue monopolio de los All Blacks. Pero a Escocia le faltó tener músicos de calidad para interpretar la partitura. No se perdió el ritmo; cada nota tuvo la altura, la intensidad, el timbre y la duración adecuadas. No perdió la armonía en casi ninguna de las fases del juego; la métrica escogida era la que podía hacer daño al monstruo que tenían en frente; el ritmo lo impusieron casi siempre los locales; pero los de negro saben de música y tienen a los mejores instrumentistas. Analizaron lo que les proponían y dieron con el contrapunto mínimo adecuado para chafar el concierto. El conservatorio de Edimburgo tiene trabajo. El director Towsend funciona.

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