Robándole el título al gran Paco Gandía, me atrevo a contaros una anécdota de las muchas que he tenido la suerte de vivir en mi época de músico. Con ella, además de trasladaros a una realidad bien distinta a la de nuestra Semana Santa, quizá os haga comprender también que cuando digo que nuestras cofradías no son sólo lo fundamental, sino que conforman un mundo rico en cultura, vivencias, anécdotas incluso… nos quedemos incluso cortos.

Aquel Martes Santo íbamos a un pueblo cercano a la capital, pero mi manía por no llegar tarde me hizo convocar al personal bien temprano, de manera que, al subir al autobús, muchos ya venían calentitos conmigo porque no les había dado tiempo ni a ver la salida de la Lanzada. Una vez aterrizamos en el pueblo, y tras el habitual pasacalles, llegamos a pocos minutos de la hora convenida a la plaza de la que salía la hermandad, y, en ese espacio, la primera en la frente. La plaza estaba totalmente vacía. La bronca que me echaron los compañeros de la banda fue tremenda, porque si temprano les pareció que salíamos de Huelva, ver el pueblo vacío a la hora de la salida les parecía ya una tomadura de pelo.

Entro al templo a preguntar qué ha pasado, y veo al señor de marras que me dice, con toda la naturalidad del mundo, que por la mañana habían hablado que las seis de la tarde era un poco pronto, así que habían decidido salir hora y media después. Toma ya. Los músicos casi me matan.

Cuando por fin se abrieron las puertas del templo, ahora sí, la plaza estaba totalmente llena de público, cosa que me llamó la atención en unos años en los que las noticias no corrían como hoy gracias a los móviles. El caso es que, tras los ciriales, las voces que daba el capataz anunciaron que el paso estaba ya en la misma puerta. Y qué voces. Hay capataces que podrían mandar pasos a kilómetros.

Ya en el mismo dintel, y con la corneta en los labios para marcar la marcha real, oímos todos cómo se manda el paso costero tierra para salvar el umbral de la puerta. Cuando el paso arría, y quitaron los cuatro zancos, el capataz hincha bien los pulmones y un "venga de frente" inundó la plaza. Literalmente. Pero algo pasaba. Por algún extraño motivo, la parihuela hacía el movimiento pero no terminaba de avanzar. Tras unos segundos que se hicieron eternos, el capataz, bien nervioso como era normal, daba vueltas por el paso animando a sus costaleros: "Venga de frente", "vamos con él"… Se pueden imaginar.

Pero el paso no avanzaba. Parecía una cuna que se mece cuando queremos dormir a un niño. Igual de móvil, y, al mismo tiempo, sin avanzar. El desconcierto era tremendo: el gentío de la plaza empezaba a murmurar, el capataz no sabía dónde meterse, los costaleros tampoco entendían qué pasaba, y a todo esto con el paso en lo alto, que no tenía pinta de ser nada liviano… Tremendo.

Fue el padre de un compañero, que parece que lo estoy viendo con su cigarro y su tranquilidad, quien vio lo que pasaba: se fue al capataz, y delante de todo el pueblo ante la rampa, que estaba a modo de escenario como si un teatro se tratase, le dijo a este señor en un volumen acorde al que manejaba: "¿No ves que has quitado los cuatro zancos de las esquinas y has dejado los dos del medio? ¿Cómo quieres que ande, si parece un balancín?".

Verídico. Viva la Semana Santa y sus cofradías.

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