Pues sí, este año me ha dado por esas cositas que no veremos nunca en un libro de Semana Santa; qué le vamos a hacer. Y ahora, cuando ya estamos a menos de una semana del Domingo de Ramos, una nueva sensación se apodera de los cofrades; los olores, las fragancias y aromas, que dirían los poetas. Esos bálsamos odoríferos que se harán dueños de las más refinadas pituitarias y que despertarán sensaciones que sólo tienen lugar en estas fechas. Sin duda, la llegada de la primavera ayuda a este estallido aromático. Todos, aquí ningún cofrade es ajeno, buscaremos esos destellos de azahar, que ya nos gustaría que pudiésemos encontrar en más calles, pero los naranjos que hay son los que hay. Son fechas, estas de Semana Santa, donde los olores se entremezclan. Así, cuando estamos disfrutando de una cofradía en la calle, el olor a incienso define la personalidad de esa Hermanad. El incienso, al igual que la torrija para la gastronomía cofrade, es el perfume de la Semana Santa. Un incienso que en cada hermandad se prepara con esmero y cuya fórmula se cuida y guarda con el celo propio de un alquimista. Olores de la Semana Santa, que si se pudieran guardar en frascos, tendríamos un interesante muestrario. Un olor muy particular con mucha personalidad es el de la cera, el cual se enriquece hasta el extremo cuando somos capaces de percibirlo escuchando el crepitar de la llama de una vela. Y es que cuando disfrutamos de una cofradía, lo hacemos con todos los sentidos. Si nos limitamos a vivir una cofradía sólo con la vista, alguna sensación se nos quedará por detrás y en ese caso, tristemente, seremos como los turistas que ven a nuestras cofradías como algo típico. Pero, evidentemente, no pretendo ni tengo capacidad para despertar las mismas sensaciones que Patrick Süskind con su obra El Perfume. No obstante, no son pocas las veces que decimos, o al menos pensamos, eso de: huele a Semana Santa. Y es verdad, la Semana Santa tiene un olor especial que la hace única. La Semana Santa tiene sus fragancias que la identifican. Olores que son capaces de retrotraernos a otra Huelva, a otra forma de vivir la Semana Santa; no mejor, sólo distinta. Olores que despiertan en todos el sentir cofrade más auténtico. Pero además de esas fragancias, que en algunos casos son descritas por nuestros pregoneros, hay otros tufillos evocadores de los que está impregnado lo más hondo de nuestra idiosincrasia cofrade, como el olor a túnica, esa segunda piel nuestra que cada año espera pacientemente en el fondo de un armario y que al cogerla tiene ese olorcillo a tradición, a rezo y a penitencia. La túnica tiene un olor particular, que desprende tras estar encerrada en su plástico protector, con el que la guardamos tras la Semana Santa. Olor a intimidad tras nuestro morrión nazareno, que percibimos cuando salimos con nuestra cofradía. O esos aromas, que bien pudieran estar, si se pudiera, en una postal, como el café y el aguardientillo mañanero de la madugá, el olor a churros recién hechos de mi amigo Luis, el olor imperceptible de los koki un Domingo de Ramos o el olor a madera en las entrañas de cualquier paso. Fragancias como las que la primavera nos ofrece, cuando al levantarnos el día de salida miramos por la ventana y vemos que el tiempo esta exultante. Sí, para ver las cofradías, tenemos que poner todos los sentidos para empaparnos de la Semana Santa.

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