Cultura

La vuelta de Michael Myers

Aunque en materia cinematográfica uno esté curado de todos los espantos habidos y por haber, sinceramente no esperaba la vuelta de Michael Myers, el siniestro psicópata de La noche de Halloween (1978) y menos sobre los orígenes de tan perverso asesino. Pero en estas terroríficas sagas, donde hay tantas secuelas, ocho en este caso si no he contado mal, como recordaba en mi crítica publicada en estas páginas el pasado día 8, para que no falte de nada se inventan las precuelas. Y así surge Halloween: El origen, que aparece con éxito estos días en las carteleras.

La película que hace treinta años dirigiera John Carpenter, ascendido después a una cinematografía de cierta diversidad y de determinada entidad en algunas ocasiones, figura en la iconografía del cine de terror como uno de los grandes clásicos. Era una historia que, incluso para aquellos que no son muy admiradores del género terrorífico, tenía elementos muy estimables perfectamente fílmicos. Después vinieron dos secuelas más que el propio Carpenter dirigió aprovechándose del predicamento y la comercialidad del título inicial. Pero más tarde cayó en otras manos y las subsiguientes secuelas fueron desgastando y deteriorando el producto original.

Halloween: el origen es una vuelta al principio del personaje y al regreso de éste a las calles de la ciudad donde inició sus criminales fechorías con sed de venganza. Estamos ante una digna copia, lejos, eso sí, de una honrosa herencia, de aquella película ya inolvidable, que, en cierto modo, innovara los derroteros del terror y que no sólo motivara secuelas más o menos estimables, sino que además, dio lugar a otras imitaciones bastante fructíferas comercialmente hablando. Sucesor o seguidor de tal precedente es Rob Zombie, que ha dirigido este remake y que es responsable de otros films de terror que en los últimos años nos han sorprendido en cierto modo como La casa de los mil cadáveres (2003) y Los renegados del diablo (2005), que también recordábamos en nuestra crítica citada.

Rob Zombie ha emprendido en su versión del personaje y de sus instintos asesinos una especie de ponderación de lo que es pura revisión del tema con las mejores intenciones y las aportaciones que un cineasta con ideas muy personales puede añadir tratando de conseguir una visión sugestiva de tan manido argumento.

Hay en el trabajo de Zombie un correcto trabajo asimilado de una inteligente visión de los clásicos del terror, con una muy estimable caracterización de los personajes y una ambientación que realza valores muy concretos de la puesta en escena. Ha evitado caer en los errores en los que muchos cultivadores del género incurren y ha tratado de distanciarse de esa acumulación de sangre y vísceras que tanto abunda en muchos films de nuestros días. Aquí también las hay, pero se usan con más mesura y discreción.

Sin embargo el realizador no ha podido evitar por otro lado incidir en los lugares comunes de ciertos aspectos ya muy usados en otras películas de este Michael Myers, si bien ha puesto más cuidado en su expresión cinematográfica. En todo caso Rob Zombie apunta apreciables ideas en torno al origen del mal, las complejidades de la psiquiatría criminal y la responsabilidad de una sociedad no siempre preparada para combatir con soluciones eficaces tan indeseable vesania.

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