Cultura

El último desmadre

Con todo su aire paródico, burlón, caricaturesco y lo que ustedes quieran, hay ciertos títulos, que a pesar de su extravagancia, no llaman la atención del gran público. Eso es lo que le ha pasado a Todo sobre mi desmadre, horrendo título mordaz y satírico del famoso de Pedro Almodóvar, Todo sobre mi madre (1999), como resulta obvio. Y la película, sinceramente, no lo merece. Y no lo digo porque se trate de una gran comedia dentro del tono desenfadado a veces grosero y burdo que tanto se prodiga hoy en el cine norteamericano y que forma parte de los productos que cultiva muy genuinamente el guionista, productor y director, Judd Apatow, que se ha hecho de oro cultivando este género, sino porque es una farsa divertida y jugosa en muchos de sus pasajes.

Pero mucho me temo que la primera acogida, más bien fría del público español -aquí tampoco ha sido una excepción-, que la situó en la primera semana de su estreno en el décimo puesto de la lista de recaudación y de asistencia de espectadores, no haya hecho justicia a las posibilidades comerciales del film, que las tiene. Y lo es más cuando ha sido una película lanzada en España con 250 copias nada menos y una publicidad televisiva, que suele ser muy efectiva, bastante considerable.

Si ha sido la inoportunidad del ridículo título que los distribuidores le han puesto a la película, que absolutamente no tiene nada que ver con el original Get him to the Greek, que probablemente no es el más sugestivo para los espectadores españoles, se le podía haber aplicado otro más en consonancia con la historia y más atractivo para el público. Con todo a veces una película no llama la atención al principio y luego levanta el vuelo si los comentarios si extienden entre la gente, lo cual no sería la primera vez que ocurre.

Como comentaba en mi crítica, publicada aquí el pasado viernes día 10, Todo sobre mi desmadre recupera al protagonista de aquella película que vimos en 2008, Paso de ti, -dirigida como ahora por Nicholas Stoller-, el rockero nihilista, adicto al sexo y a los estupefacientes, Aldous Snow, que venido a menos dado lo catastrófico de su carrera musical, intenta la última oportunidad de recobrar su fama y su prestigio en el mundo pop. Al mismo tiempo que la asincopada narración nos ofrece momentos de más o menos brillantez pero siempre ocurrentes, el film destila una mala uva crítica contra la industria discográfica donde se mueven elementos personales y artísticos de discutible catadura, pocos escrúpulos y mucha irresponsable vanidad por parte de las estrellas.

Y esto es lo que no debe pasar desapercibido cuando se revisa con mayor atención esta especie de road movie, todo un disparate a través de las setenta y dos horas que viven los protagonistas en su viaje de Londres a Los Ángeles, con escalas en Nueva York y Las Vegas. Todo con un ritmo trepidante, intermitencias ingeniosas y un afán rompedor o, si quieren, provocador, en cada secuencia, además de las actuaciones sobresalientes de Russell Brand, que ha encontrado un personaje que ni pintado, y Jonah Hill, que une a su generosa carnosidad un oportuno histrionismo.

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