Cultura

Dos tontos muy tontos

Los tontos, los idiotas están de moda. En el cine siempre se han utilizado. Hay quien usa de ellos de manera inteligente, como acabamos de ver en la película de Ethan y Joel Cohen: Quemar después de leer (2008) o torpemente como lo hace el actor y guionista, Will Ferrell, en esta película de Adam McKey, donde se advierte detrás el espíritu de ese cine que ha impuesto en los últimos tiempos para la comedia norteamericana Judd Apatow, y hemos podido comprobar en títulos como Un loco a domicilio (1996), dirigida por Ben Stiller y protagonizada por Jim Carrey; Supersalidos (2007); No tan duro de pelar (2008) y Zohan: licencia para peinar (2008), por citar las películas más recientes, en las que el famoso productor aparecía como guionista y también como director.

Desde luego hay diferencias y de ese humor ácido y desmadrado, donde todo vale, con abundancia de gamberradas adolescentes, hemos pasado a las gansadas y despistes de los adultos. Pero sigue el espíritu, a veces poco recomendable, del poderoso productor, cuyas series de televisión, por suerte o por desgracia, aún no han llegada a las pequeñas pantallas -ya no tan pequeñas- españolas, que aquí conserva sobre todo esa especie de admiración por los acomplejados a lo Peter Pan que en realidad son unos vagos indeseables de tomo y lomo.

Y aquí están estos hermanos por determinaciones del destino, cuarentones y perdedores hasta la médula, para no perder la costumbre. Todo lo que ustedes imaginen, si no han visto aún la película, en cuanto a ordinarieces, vulgaridades, groserías, zafiedades, impertinencias y más escatológicas ocurrencias de un malísimo gusto, se prodigan en este nuevo ejemplo de lo que se ha dado en llamar nueva comedia americana, que se ha impuesto, sino no se harían tantas películas de tan innoble jaez, en esta época en la que está de moda todo lo feo, lo ordinario, lo vulgar, lo zafio, con ese buenismo o buen rollo, hortera y complaciente, que tanto se cultiva.

Dicen que esta película ha hecho realidad un proyecto del actor y guionista de la película que nos ocupa, Will Ferrell. Es decir disponer de 95 minutos de proyección para protagonizar ante la cámara toda suerte de idioteces, imbecilidades, chabacanerías, y ramplonerías, que dan lugar a todo un repertorio de expresiones auténticamente frikis, para jolgorio y regocijo de aquellos espectadores de encefalograma plano, que, aseguran van al cine sólo a divertirse. Si esto es diversión…

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