Cultura

Una de romanos

Éste era un término despectivo de lo que los más sofisticados llamaban peplum, para calificar a cualquier película histórica aunque no fueran los ciudadanos y combatientes de la antigua Roma los protagonistas de aquellos relatos llevados al cine. Ahora tenemos en cartel una película, Centurión, de auténticos romanos, de aquellas legiones que conquistaron la Britania, como tantos otros territorios del mundo conocido entonces, y la defendieron contra los pueblos autóctonos que trataban de recuperar el espacio ocupado por los invasores. Ya recordaba en mi crítica del pasado miércoles que otras películas del género, que han proliferado últimamente, han devuelto éste a las grandes pantallas y también a las pequeñas, que así mismo preparan sus series sobre estos temas.

Centurión es un nuevo ejemplo de una especialidad cinematográfica que ha dado a este arte tan diverso y tan ambicioso páginas gloriosas desde sus principios en esa constante disyuntiva que siempre se plantearon sus artífices: "¿El cine es arte o industria?", tratando de dotar a sus obras de los medios necesarios para que ambos principios trataran de conjugarse con imaginación e inteligencia, que son valores fundamentales, no siempre ejercitados con diligencia en este oficio como en tantos otros.

Las reconstrucciones históricas con ambiciones colosalistas empezaron muy pronto en 1905 cuando Filoteo Alberini inició con La caída de Roma toda una serie de obras basadas en las antiguas grandezas del Imperio Romano, entre ellas el primer Quo Vadis?, Los últimos días de Pompeya y otras, culminando con Cabiria, de Giovanni Pastrone, cuyos grandilocuentes textos de los intertítulos fueron obra del conocido poeta italiano Gabriele D´Annunzio. Fueron los precedentes que luego continuaría de alguna forma Intolerencia de Griffith, a la que seguiría una suerte interminable de títulos de lo que popularmente se ha conocido como 'cine de romanos'.

En este sentido Centurión, la realización más ambiciosa de su director Neil Marshall, que no pasa de ser un claro ejemplo de serie B de discutible entidad, no es el mejor ejemplo del peplum clásico. Ha puesto especial énfasis en la localización de escenarios que constituyen el marco más atractivo de la película con singular acento en los enfrentamientos bélicos con rasgos de extremada violencia y ciertos reclamos antimilitaristas sobre la misión de los combatientes. En estos aspectos la aventura histórica que se nos cuenta ofrece momentos pletóricos de esa acción que anima el progreso narrativo del relato.

No creo que Neil Marshall, en este casi compulsivo enfrentamiento, que resultará enormemente entretenido para los amantes del género, haya pretendido mayores aportaciones estéticas al conjunto de la realización, empeñado en no perder el vigor narrativo que ya evidenció en realizaciones anteriores. Ha contado con un guión bastante consistente y ha tratado en todo momento de dotar de espectacularidad al conjunto, como si quisiera demostrar que con un mayor presupuesto hubieran sido posibles mayores logros artísticos.

De todas formas y pese al título de esta crítica: no es otra de romanos. Al menos en la acepción que muchas veces se ha dado a esta expresión.

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