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La riqueza del pensamiento

Hay un género literario que, además de enseñar, desarrolla el espíritu crítico: el aforismo. Su lograda concisión alberga reflexiones que para el lector pueden representar un fundamento vital o una guía práctica. Mediante el aforismo profundizamos en nosotros mismos, activamos la creatividad y relativizamos los problemas.

José Manuel Camacho aborda audazmente los más variados asuntos con brillantes sentencias, definitivo acuño para hechos y circunstancias que se repiten en la especie humana. Divide su obra en cuatro secciones que tocan la existencia, el valor, la determinación, el arte, la realidad, etcétera. Sus apuntes metafísicos recogen las grandes inquietudes de los clásicos, alternando lo poético y lo ensayístico en un discurso preclaro. Valga de presentación este aforismo: "El hombre será siempre demasiado chico para darse cuenta de su grandeza". El onubense nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre la dualidad de las cosas, un inefable análisis que nos hace más conscientes de lo arduo que resulta discernir dos naturalezas que, aun siendo complementarias, la razón las pone en conflicto.

Trata en su obra la interesante cuestión del hombre que por preguntarse demasiado desatiende a la propia elocuencia de la vida: "Demorarse un día lo suficiente para que zarpen las respuestas". Excelentes sus alusiones a la perseverancia por encima de la conquista, a la paradoja del error producto por hermético raciocinio o los intransferibles secretos que son la urdimbre misma de la personalidad. También se detiene en la intimidación del mundo al poso espiritual y en la duda como piedra angular de la inteligencia. Exquisitas sus alusiones a la profesión literaria: "No ha de exigirse menos a un poeta: que componga sus versos como quien bautiza montañas". De hecho, su virtud poética da vida y voz al concepto, que interpela al hombre.

Modélico cuando filosofa acerca de Dios y la religión, que imbrica a la vida cotidiana desde una estética perspicaz y un regusto irónico; hallamos aforismos geniales donde el bien y el mal se entrecruzan mediante sublimes paradojas: "Hay un edén pintado en las paredes del infierno". Encontramos a lo largo de Excursos algunas escenas de la naturaleza bellamente descritas que instan a un símil con el miedo y la libertad, como perpetuos condicionantes de la vida humana que anidan en lo más profundo.

Gusta el escritor de dar unas pinceladas sobre compositores llevándonos a una tesitura ontológica digna de debate; invoca a la música que cada uno lleva dentro y hace una crítica ingeniosa al esnobismo del que hoy se aquejan las artes plásticas. Su talento aforístico puede avivar la llama literaria con frases idóneas para un fascinante relato: "Osó llamar en la gruta y desde entonces vive aterrado por el recuerdo de aquel eco".

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