Cultura

El poeta que jugaba con las letras

  • La revista 'Campo de Agramante' publica en su nuevo número textos inéditos de la obra póstuma de Carlos Edmundo de Ory, 'La memoria amorosa', así como un acercamiento a la figura del gaditano

Carlos Edmundo de Ory, poeta del postismo. La etiqueta está tan pegada al autor que hace osmosis. Sale de corrido, como un título nobiliario o una cita aprendida de memoria. "A Carlos Edmundo le pesaba mucho que siempre lo definieran así, cuando el postismo fue una etapa muy corta y concreta de su vida -señala Jesús Fernández Palacios, amigo del poeta y uno de los mejores conocedores de su producción-. La obra de De Ory tuvo otras derivaciones poéticas incluso más importantes, como el introrrealismo, o influencias del expresionismo alemán, de la poesía china y de la filosofía oriental". Fernández Palacios prologa La memoria amorosa: obra póstuma del desaparecido poeta gaditano que verá la luz el próximo mes de octubre, de la mano de Visor. Esta obra -de la cual se adelantan en exclusiva algunos textos- y la figura de Carlos Edmundo de Ory en la vanguardia poética de la segunda mitad del siglo XX en España centran buena parte del nuevo número de la revista Campo de Agramante, que será presentada el 15 de junio.

No ocurre igual con su otra etiqueta, la de excéntrico, "que le divertía mucho, porque decía que uno tenía que estar un poco loco para sobrevivir en la vida, en este mundo más allá de la razón". Podía ser un raro en el buen sentido de la palabra, como los raros de Rubén Darío, un raro divino. Era un trágico feliz".

Sí es cierto que Carlos Edmundo de Ory fue un outsider literario: jugaba siempre fuera de juego, "no quería participar en los corrillos -apunta Fernández Palacios-. Tras todo lo que le ocurrió en España con el postismo y lo que sufrió en París, se retiró mucho del mundillo literario. A partir de entonces fue aplicando a su vida la máxima de todos somos extranjeros, que definía muy bien su filosofía vital: él decía que la clave para estar en un sitio era sentirse como un extranjero, y por eso no se comprometía con la vida local y nacional. Siempre estuvo en contra de la política barata, y lo que más le dolía eran las injusticias, el sufrimiento de la infancia, muy especialmente: reivindicaba la niñez como el paraíso perdido y nunca perdió esa capacidad de jugar, que es lo que hace en su poesía".

"La memoria amorosa -explica Fernández Palacios- supone un recorrido sentimental por las cuatro ciudades más importantes de la vida de Ory: Tarsis (Cádiz), donde nació en 1923; Mayrit (Madrid), donde se trasladó con su familia una vez murió su padre en 1943 y donde vivió hasta el año 53; Lutecia (París), adonde se trasladó desde el 54 al 67, y Amiens y Thézy-Glimont, donde estaría su última residencia y que titula en el libro como Picardía-Amiens-Thézy".

"En las tres primeras partes es la fuga, que fue una constante en la vida de Carlos Edmundo de Ory, la protagonista. Él se iba marchando de las ciudades, y a la vez que huía, claro, iba perdiendo cosas (en Mayrit, por ejemplo, habla de cuando tuvo que vender su biblioteca personal para irse a Francia). Se marchó del ambiente gris y opresivo del Cádiz y el Madrid de la postguerra, y de París huyendo de un divorcio y del conflicto matrimonial. En Amiens estuvo trabajando como bibliotecario de la Casa de la Cultura hasta que llegó Mayo del 68 y lo echaron también porque tenía un espíritu de demasiado revolucionario. El periodo más feliz de su vida fue el último: en Thézy-Glimont encontró su lugar de retiro, con el jardín, la tranquilidad, la paz, su biblioteca...".

Cada uno de los apartados de La memoria amorosa viene precedido por una cita, del libro de Jonás y de Apolonio de Triana (Tarsis); de Nicolás Fernández de Moratín (que habla de las fiestas de toros en Madrid); de Rainer María Rilke, en Lutecia, y en la última parte, la que pertenece a Amiens, "un breve texto que habla sobre el origen de la palabra tesis, que es el mismo que tarsis: agua que fluye".

"Todos ellos -continúa Fernández Palacios-, repletos de la ironía, la capacidad de sorpresa, la originalidad y la curiosidad que Carlos Edmundo transmitía a sus textos y mantenía ante la vida".

Afín al dadaísmo en un país y una época en la que cualquier relación con el surrealismo era anatema. Practicante de una poesía juguetona y panteísta cuando lo que rompía la pana era el realismo social. ¿Tuvo el don de la inoportunidad, literariamente hablando, Carlos Edmundo de Ory?

"Como bien explica Rafael Mesado en el artículo que escribe para Campo de Agramante, Abismos y mesetas -responde el director de la publicación-, la proyección de Carlos Edmundo de Ory lo mismo caía en picado que entraba en un territorio en alto con más estabilidad. Los primeros que lo empiezan a reivindicar, por ejemplo, son los novísimos. De modo similar a lo que pudo sucederle al grupo Cántico, en Córdoba, no sería hasta los 60 cuando comenzó a publicar de manera más fluida, sobre todo gracias a la antología de Félix Grande y la defensa de novísimos como Pere Gimferrer".

Aun así, el nombre de Carlos Edmundo de Ory siguió sin aparecer en otras recopilaciones, por ejemplo, la que reunía a los poetas experimentalistas, de los que, sin duda, formaba parte: "De hecho, Carlos Edmundo llegó a pensar que había una conspiración de silencio contra él, en la que veía la mano de José Luis Cano y de Vicente Aleixandre, que ejercía de gran pope de la poesía española del momento", indica Fernández Palacios.

"Por otra parte -prosigue-, Pilar Gómez Bedate reivindica también, en su texto para la revista, la tendencia del pensamiento mágico en la poesía del medio siglo, que pasó prácticamente desapercibida porque los catalanes impusieron una tendencia al realismo social, fijada por oposición al Régimen. Aunque luego se desentendieron enseguida de esto y cada uno tiró por su lado. Pero el pensamiento mágico de estos poetas, de Chicharro, de De Ory, de Francisco Nieva en teatro, de José Corredor-Matheos..., es innegable y muy importante. Sin embargo, fueron rápidamente postergados y vivieron una vida un poco marginal. Además de la dificultad en sí de estas obras -donde la razón queda un poco relegada-, abrazaban cosas mal vistas, como la fantasía, el inventar palabras... Para colmo, algunos de ellos, como Cirlot y Chicharro, murieron jóvenes; otros, como Corredor-Matheos, pasaron mucho tiempo sin publicar. El ambiente cultural de la época era, en general, poco apropiado para este tipo de corrientes, más europeas".

Carlos Edmundo de Ory probó todo esto y más: se acercó a territorios de la marginalidad, como la beat generation o la cultura pop. Muy lejos, en efecto, del mainstream de la literatura española del momento. "En este sentido -indica Fernández Palacios-, podemos decir que De Ory representa no sólo el último coletazo de la vanguardia, sino que fue el precursor de la experimentación poética posterior".

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