Letras hoy

Una pistola no hace milagros

  • Con motivo del quincuagésimo aniversario de su muerte, el sello Austral ha repescado 'Sólo te ahorcan una vez', un volumen de historias cortas escritas por el norteamericano Dashiell Hammett

Sólo te ahorcan una vez. Dashiell Hammett. Austral, Barcelona, 2011, 496 págs.

Cabe decir, sin temor a exagerar, que Dashiell Hammett fue a la novela negra lo que Cervantes a la novela en general: no contento con inventarla, la llevó hasta lo más alto. Antes de que Hammett les diera este empellón decisivo, las novelas de detectives o intriga estaban planteadas como partidas de ajedrez más o menos habilidosas; la solución del enigma residía en el análisis atento del lugar ocupado por las piezas en el tablero; no era necesario mancharse las manos. No faltaban buenos autores, pero el género había acabado por privilegiar los alardes de ingenio, las ocurrencias, en detrimento de análisis sociales más profundos. A Sherlock Holmes y sus imitadores les bastaba con descubrir quién mató a quién; Hammett, en cambio, trataba de comprender el estado de cosas que empuja a una persona cualquiera a la obscenidad mayúscula de quitarle la vida a otra. Raymond Chandler lo describió mejor que nadie: "Hammett sacó el crimen del jarrón veneciano y lo arrojó al callejón. Devolvió el crimen a la clase de gente que lo hace por un motivo, no sólo para proporcionar un cadáver".

Respecto a otros cultores de novela negra, Hammett sabía perfectamente de qué hablaba cuando hablaba de crímenes y criminales pues, antes de dedicarse a la literatura, había trabajado para la agencia de detectives Pinkerton. A continuación, entre la década de los 20 y los 30, puso punto final a cinco novelas y numerosos cuentos. Su periplo personal sufrió varios reveses ingratos, aunque ninguno tan ingrato para el lector como el abandono de la literatura. Resulta que, al echarse bajo el frondoso árbol de la fama, la serpiente de Hollywood lo tentó con el dinero a espuertas, y él mordió la manzana. El hombre delgado, su última novela, es de 1934. Hammett pasó los siguientes veintisiete años prometiéndose un regreso a las letras, que no se dio. Sólo te ahorcan una vez es una buena antología de sus relatos, diecinueve en total, aparecidos en revistas legendarias como Black Mask, repescado por Austral con motivo del quincuagésimo aniversario de su muerte. No obstante, aunque yo haya devorado estos relatos con fruición, no caeré en la torpeza de defenderlos a ultranza.

Varios son sencillamente funcionales, otros ya apuntan maneras, mientras algunos más debieran entenderse como borrosos borradores de obras de más largo aliento. En Ciudad de pesadilla, por ejemplo, hallamos una situación similar a la planteada por Hammett en su primera novela, Cosecha roja (1929): un tipo llega a una ciudad hundida en una vorágine criminal que parece impregnar del primero al último de sus habitantes. Aunque la historia se dedique a acumular golpes de efecto de manera efectista, tiene apuntes contra el sistema de una causticidad única. Hammett escribe: "en este país hay fortunas inconmensurables en manos de hombres dispuestos a invertirlas en un negocio seguro […]. No hablo sólo de timadores, sino de hombres que se consideran honrados. Haga los cálculos que quiera, multiplique el resultado por dos y se quedará corto en muchos millones respecto a la cifra correcta". Se puede decir más alto, pero no más claro.

Su retrato de los Estados Unidos del período de entreguerras es devastador, desalentador, triste. Hammett parece escribir con el único fin de echarle en cara a la sociedad todo lo malo que ha visto en ella. En Sólo te ahorcan una vez, hay siete relatos protagonizados por el Hombre sin Nombre de la agencia Continental, su personaje más emblemático, y tres más con el detective Sam Spade, el protagonista de El halcón maltés (1930), a quien describe con "un aspecto satánico que no resultaba del todo desagradable". En manos de Hammett, la ficción es puro behaviorismo: los hombres son sus acciones. Me explico: según Hammett, el hombre no es lo que él dice ser, sino lo que hace o estaría dispuesto a hacer. En consecuencia, el escritor exige que cada cual se responsabilice de sus propios actos. Las armas no las carga el diablo, según sentencia el adagio; las carga el que está dispuesto a usarlas. En el relato Una hora, escribe: "una pistola no hace milagros. Es un artilugio mecánico que es capaz de lo que uno es capaz y nada más".

La narrativa de Dashiell Hammett demuestra que no hay rechazo entre presuntos opuestos como sencillez y fertilidad, transparencia y misterio, exactitud y sugerencia. Todo ello se da en abundancia en sus relatos. La buena literatura de género y, en concreto, la buena novela negra es capaz de dar lecciones de todo tipo (humanas, políticas, filosóficas), infinitamente más satisfactorias que mucha de esa literatura que se nos vende como importante, intimista, personal o, ¡diantres!, "literatura inclasificable". Que si no me equivoco es una clasificación como otra cualquiera.

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