jorge fernández díaz. periodista y escritor

"Cada país tiene la mafia que se merece"

  • El autor argentino acaba de publicar la novela 'La herida', un 'thriller' político con espías, intrigas vaticanas y crímenes de Estado

El periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz, el pasado lunes durante su entrevista con este periódico.

El periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz, el pasado lunes durante su entrevista con este periódico. / juan carlos vázquez

Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, 1960) trae el cráneo pelado, con una cordillera de pelo blanco en despliegue de las patillas a la nuca. Habla con la seducción inaugural de quien dice las cosas por primera vez, aunque las venga repitiendo por días, descargando a ratos una ironía que es refugio de mucho periodismo. De la redacción pegó el salto a los libros como forma de ir más allá. Pero el resultado de esa pesca de arrastre por la realidad no es una testamentaría de enseres y daños, sino que trae en la red las claves de una verdad distinta a la que aconsejan los obispos y los cardiólogos. Acaba de publicar novela: La herida (Destino). El espía Remil vuelve a la acción.

-En ese viejo debate, ¿cuánta literatura cree usted que le cabe al periodismo? O, dicho de otro modo, ¿cuánto periodismo resiste la literatura?

-El periodismo es, en mi opinión, una de las bellas artes. Así lo defendí en mi discurso de ingreso en la Academia Argentina de Letras porque el periódico tiene tanta importancia como la novela, el ensayo y la poesía. Todavía hay un lector que quiere, con su café, paladear un texto que le haga soñar, meterse de lleno en una gran historia o descifrar una obra maestra de la argumentación. El periodismo debe buscar la excelencia en la investigación, pero también en un reportaje bien escrito. Su futuro está en el pasado. En un pasado, por cierto, que hemos olvidado.

-¿Qué fue primero, en su caso, el periodismo o la literatura?

-Para mí, es parte de lo mismo. A los 12 años descubrí que quería ser escritor. Luego llegó el periodismo. Son mis dos vocaciones, que es como enamorarse de dos mujeres a la vez. El periodismo se convirtió en mi esposa y la literatura, más nocturna, es mi amante. Y ambas tironearon muy fuerte durante años porque las dos, si las tratas con pasión, te exigen todo: tiempo, energía, dedicación. Con el paso de los años, me di cuenta de que no tienen que estar escindidas: se puede ser bígamo [risas].

-Asegura que sus novelas tienen mucho de esas historias que el periodismo no le dejó contar.

-Durante 35 años he sido periodista de trinchera y sólo he podido contar el 20% o el 30% de lo que sabía, porque el resto no tenía forma de probarlo. Esa frontera infranqueable siempre me resultó atractiva: se podía cruzar con la ficción, que permite contar lo que el periodismo niega. Cuando escribo una novela, lo hago con lo que vieron mis ojos.

-¿Por qué el género negro es el que mejor se amolda para contar la actualidad?

-Es el gran género sociológico: sirve para dar cuenta del presente. Y además gusta mucho, generación tras generación porque, de algún modo, queremos seguir jugando a ser cazadores, que es lo que fuimos en un pasado remoto. Así, el detective es el cazador, ve las huellas, sigue a su presa, lucha contra el depredador y, si es un buen novelista, en el medio, describe la jungla de asfalto. Y ahí hace una operación sociológica. Todo eso ya estaba en el primer relato policial, en Los crímenes de la calle Morgue de Edgar Allan Poe.

-La jungla de su novela es, sin duda, la política.

-Exacto. Quise escribir una cacería con lo que sé del lado oscuro de la política. El entramado mafioso que le queda si le sacas los discursos. Y en lugar de crear un detective, me interesó más un espía porque muchos de ellos no se dedican a grandes asuntos internacionales, sino a saber qué hacen empresarios, sindicalistas, periodistas... El espionaje interno, diríamos.

-Y ahí aparece Remil, el protagonista de su novela.

-En mi opinión, una novela de aventuras del siglo XXI debe ser descreída. Ya no se trata de la lucha de buenos contra malos, sino de malos contra peores. Tenía que crear, por tanto, un canalla empático, alguien que no fuera muy recomendable, pero que a la vez lucha contra otros que son más tremendos todavía. Ése es Remil, quien se ganó ese apodo como combatiente en las Malvinas por hijo de remil putas, una expresión muy argentina. Él es políticamente incorrecto, pero de algún modo querible: las lectoras se enamoran de él y los lectores quieren tomarse una copa con él. Hay espías reales que son unos seguidores tremendos de sus aventuras.

-¿Se puede salir indemne de ese roce permanente con el mal?

-No, es imposible. Remil forma parte de ese mundo; tiene una moral particular. Él sólo tiene una patria y es su jefe, Cálgari. Él es un soldado. Tiene la íntima obediencia del soldado.

-Sorprende el éxito del personaje, con película y serie de televisión a la vista...

-Históricamente, nunca hubo un detective de éxito en Argentina. No hay un Pepe Carvalho, ni un Philip Marlowe, ni un Guido Brunetti, ni un Kostas Jaritos... Y eso que Borges colocó en el centro del canon literario a la novela policial y, luego, Ricardo Piglia continuó esa tradición. Los dos trabajaron mucho esa línea. El detective no es creíble en la Argentina y lo explicaba muy bien Borges allá por 1933: los argentinos no creen en la policía porque es una mafia. En España no es así. Lorenzo Silva escribe sobre guardias civiles y ustedes se lo creen... por ahora. Veremos qué pasa en un futuro.

-Hablaba usted antes de que quería alumbrar el lado oscuro de la política, ¿en qué sentido?

-Todo lo que se cuenta en La herida es real, pero reelaborado. Los mecanismos para construir un populismo, darle un pasado épico al político de turno y crear sobre esa épica una campaña de prestigio son así, pero, ojo, yo soy un defensor de la política. La democracia es un sistema extraordinario con dos grandes problemas: la desigualdad, que no logró del todo corregir, y la corrupción. Claro que cualquier otro régimen no acabó con la primera y la segunda la multiplicó por mil. La política actual tiene un gran lastre en la financiación de los partidos políticos. Ahí está la clave de todo, en España, en Italia o en Argentina. Cada uno desarrolla la mafia política que le permite el sistema. Cada uno tiene la mafia que se merece. Los argentinos somos tan desorganizados que no podemos tener una sola mafia. Tenemos varias: política, policial, sindical... [risas].

-Tampoco sale muy bien parada la gente de la cultura...

-Es muy tentador para ellos sentir que el político los quiere por su valor, pero suele ser mentira. Una vez le pregunté a un escritor que coqueteaba con un cargo político y me dijo: "Jorge, qué otro gobierno iba a hacer lo que yo merezco". Los políticos utilizan cada vez más a los tipos de la cultura, quienes, además, se venden muy barato. Es así de triste.

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