Cultura

La obra de Concha Espina, olvidada en Huelva

La publicación de mi estudio Génesis de El metal de los muertos. El periodismo literario de una novela social, editado por la Asociación de la Prensa de Huelva, en su colección sobre Periodismo e Investigación, ha venido a centrar la fecha en la que la escritora vino a Huelva a documentarse sobre los conflictos sociales de la época, poniendo fin a las especulaciones que existían sobre este tema. Una vez conocida la fecha, mayo de 1917, ya no hay ninguna excusa para que las autoridades andaluzas, onubenses, riotinteñas y nervenses se unan en la preparación del próximo centenario de esta visita, que dio lugar a la publicación, en 1920, de una de las grandes novelas de temática social escritas en toda nuestra historia. Reivindicar la figura de Concha Espina se ha convertido en una prioridad ante el aparente desconocimiento sobre la principal obra de ficción escrita nunca sobre Huelva y sus minas.

El metal de los muertos, cuya última publicación se debe a la Diputación de Huelva, en 2009, es una obra de interés histórico y social en la que encontramos la descripción de la formación y motivaciones de las huelgas de principios de siglos, dándonos datos sobre las producidas en las minas del río Tinto hace cien años y sobre el poso que dejó aquella de 1888, conocida como el Año de los Tiros, a la que nunca se le hizo justicia. Siempre he reivindicado que el 4 de febrero, el día de los tiros, debería ser considerado como el Día Mundial del Medioambiente, lo que pondría a Riotinto de nuevo en el mapa mundial. Además, no existe ninguna obra de ficción en la que podamos encontrar la enumeración de numerosos puntos geográficos de la provincia onubense, desde la costa, El Condado, las minas y la Sierra, ni las referencias a personajes que formaron parte de nuestra historia. El metal de los muertos sigue siendo una obra fundamental para quien quiera adentrarse en los confines que marcaron la vertebración de la provincia onubense en el siglo pasado. Y sin embargo, las referencias a Concha Espina, su autora, en los callejeros de nuestras ciudades, en alguna placa recordatoria, en centros públicos o en asociaciones onubenses son escasas.

He presentado el estudio en Huelva, en Minas de Riotinto y en Nerva y, a decir verdad, el interés ha sido mínimo, lo que da la dimensión de que fallan los sistemas educativos que deben dar valor a los acontecimientos históricos que condicionan nuestra existencia. La memoria histórica también es esto, exactamente esto. Y está claro que estamos faltos de memoria histórica, en una ignorancia que tiende a perpetuarse ante la desidia de quienes debieran promocionar lo que son nuestras raíces más profundas.

Concha Espina fue una mujer valiente y decidida que, a pesar de su posición y de haber obtenido en 1915 el premio literario más importante de la época, el Fastenrath, fue capaz de irse a vivir al principal núcleo minero de España, llegando a dormir en una mísera fonda de Nerva, la terrible ciudad andaluza, como ella la definió, en donde la noche anterior había muerto un acróbata chino. Ni las ratas ni el camastro de sus primeros sueños amilanaron a la escritora, que mantuvo permanente contacto con los líderes sindicales, muy activos en su lucha contra la compañía británica. En aquella mísera fonda comenzó a escribir El metal de los muertos: "Sobre un cajón dado vuelto comencé a levantar mi libro", nos llega a decir en 1934.

Tal como señalo en el estudio, El metal de los muertos fue "un gran reportaje social que hizo cambiar la mentalidad de gran parte de España ante la extrema situación que vivían los mineros de la cuenca minera del río Tinto". Comprometida con la miseria de los campesinos en La esfinge maragata (1914), se alió también con las reivindicaciones de los mineros en El metal de los muertos (1920): "Los obreros, ni aquí ni en ninguna parte, deben pedir limosna, sino justicia; el que trabaja lo merece todo, y sería indigno aceptar como un favor lo que se puede exigir como un derecho".

El libro se tradujo al alemán, ruso, sueco e inglés. Hasta la Guerra Civil se habían publicado seis ediciones en español, de 1920 a 1929, y después, a pesar de los males de la censura y de que no era bien visto por el franquismo -incluso se retiró de las bibliotecas-, se reeditó en 1941, 1944, 1945, 1955, 1958, 1969, 1970, 1978, 1996, 1998, 2009 y 2011. Fácil, poseo en mi biblioteca personal todas las ediciones, con la excepción de la rusa. Fue una obra de culto en las bibliotecas promocionadas por la República y en las de las Casas del Pueblo, del Partido Socialista. Con el franquismo, Concha Espina tuvo que autocensurar su novela para lograr que volviera a publicarse y eliminó sus alabanzas a los logros sociales de la lucha de clases. Eladio Fernández Egocheaga, el líder sindicalista exiliado en México, cuando murió Concha Espina, le envió un telegrama de pésame a la familia; lo firmó con el seudónimo con el que aparece en la novela, Aurelio Echea, dando muestras de reconocimiento a quien, aunque se había pasado al franquismo, elaboró la más grande obra literaria de contenido social en la época.

Concha Espina nunca olvidó la tragedia de Riotinto, tal como lo demuestra que su voz apareciera en el Archivo de la Palabra, de 1932, encargado por el Gobierno de la II República: "Yo no puedo olvidar nunca la emoción de Riotinto. Es algo enorme, todo allí es tan grande, tan triste, tan desolado. Aquellas cortas inmensas, con escalones de tantos metros, con todo el cáncer, con todo corroído. Es un terremoto que parece que sacude allí la tierra. Todo tiembla y hasta el suelo parece que solloza. No solamente es el quejido de los hombres el que se oye, es el quejido de la tierra que parece que también pide libertad". Quien sintió así a nuestra tierra, merece algo mejor que el olvido.

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