Fila siete

Se murió Leonardo Favio

Se murió Leonardo Favio. Me imagino que para muchos será un nombre desconocido. No para quienes, fervientes seguidores del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, recuerden alguna de sus películas que en más de una ocasión pasaron por nuestro Certamen. Yo descubrí a Leonardo Favio viendo su magnífica película El romance del Aniceto y la Francisca (1967) en aquel Festival Cinematográfico de Benalmádena que fundó nuestro inolvidable amigo, el gran cineasta y realizador Mamerto López Tapia, donde conocí, por cierto, a Mario Vargas Llosa, que participaba en dicho festival, junto a su esposa y sus, entonces, pequeños hijos. La película había sido galardonada con ocho premios de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de Argentina además de otras distinciones internacionales.

Leonardo Favio, aunque su personalidad no sea muy conocida entre nosotros, ha sido una de las grandes figuras del ámbito argentino de la cultura y el arte, ya que, además de director de cine, fue actor y cantante de notable éxito popular. Falleció el pasado lunes a los 74 años de edad en el Sanatorio Anchorena de Buenos Aires, donde permanecía ingresado tras el agravamiento de sus diversos problemas crónicos de salud.

Era tanto su prestigio y su fama en el mundo cultural de su país, que sus restos fueron velados el pasado martes en el Salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados en el Palacio del Congreso, por donde desfilaron políticos, artistas, escritores, compositores y gentes del pueblo que lo admiraban y querían para darle el último adiós. El Gobierno argentino declaró tres días de luto nacional y la propia presidenta del ejecutivo nacional, Cristina Fernández de Kirchner acudió cerca de la medianoche para rendirle sus respetos.

He citado su película más notable y más admirable a mi modo de ver, El romance del Aniceto y la Francisca, modelo de un cine latinoamericano propio de la marginación y el desarraigo de muchos territorios de países iberoamericanos, desgraciadamente vigentes cuando Leonardo Favio realizó este film, pero lamentablemente presentes también en la actualidad. En ese contexto y en la marginación o desarraigo fatalmente imperantes en unas sociedades escasamente desarrolladas en muchos casos, encontramos ejemplos elocuentes en esta antología cinematográfica: los prototipos clásicos del cine brasilero que entroncan con títulos tan emblemáticos como Los olvidados (1950), de Luis Buñuel; La hora de los hornos (1968), de Fernando Ezequiel Pino Solanas y en tiempos más recientes La vendedora de rosas (Colombia, 1997), de Víctor Gaviria; Estación Central (Brasil, 1998), de Walter Salles y Ciudad de Dios (Brasil, 2002), de Fernando Meirelles. Entre estos y otros, el film de Favio es toda una notable referencia.

Su verdadero nombre era Fuaf Jorge Fury. Nació en Luján de Cuyo, provincia de Mendoza. Designado hace dos años "embajador de la cultura argentina", además de la película ya citada, que le dio tanta fama, había dirigido con éxito otras producciones como Crónica de un niño solo (1965), su opera prima, El dependiente (1969), Juan Moreira (1973), NazarenoCruz y el Lobo (1975), Gatica, el mono (1993), títulos, entre otros, de extraordinaria comercialidad. Dirigiendo Perón, sinfonía del sentimiento (1999), se le diagnóstico una extraña enfermedad que cambió el signo de su vida y de su trabajo. El último fue el corto La buena gente (2010). Pero no podemos olvidar sus actuaciones como intérprete a las órdenes de Leopoldo Torre Nilsson en El secuestrador (1958), La casa del ángel (1960) y Fin de fiesta (1961) ni sus éxitos como cantante y compositor: Ella ya me olvidó, Fuiste mía en verano… Se nos fue un gran creador.

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