Clara UsóN. escritora

"En la 'movida' alternamos los funerales de los abuelos con los de los amigos"

  • La narradora recuerda la etapa de autodestrucción de su juventud en 'El asesino tímido', una novela que también recrea la misteriosa vida de la actriz del destape Sandra Mozarovski

La escritora Clara Usón, fotografiada antes de la entrevista.

La escritora Clara Usón, fotografiada antes de la entrevista. / juan carlos muñoz

"Los suicidios son homicidios tímidos. Masoquismo en vez de sadismo", anotó Cesare Pavese en su diario, y Clara Usón se inspira en esa cita para el título de su nueva novela, El asesino tímido (Seix Barral), en la que la autora recuerda una etapa de autodestrucción de su juventud al mismo tiempo que recrea la misteriosa biografía de Sandra Mozarovski, actriz del destape que nació tres años antes que ella. Aunque Usón (Barcelona, 1961) sigue exhibiendo esa solidez intelectual que le caracteriza -en las páginas se da un audaz diálogo con el mismísimo Wittgestein, que aparece como personaje-, en este libro en el predomina la emoción, especialmente cuando este retrato de las mujeres de la Transición se acerca a la madre de la narradora.

-Sandra Mozarovski es un personaje ciertamente esquivo: usted tiene la impresión de que la prensa se inventó muchas de sus declaraciones; de ella se rumoreaba que mantenía una relación con el rey Juan Carlos, y falleció en extrañas circunstancias...

-Es un enigma. Tenemos de ella muchas imágenes, pero no tenemos ni idea de lo que pensaba, y tampoco tuvo mucho tiempo para pensar porque murió muy joven. Sandra es una víctima de su belleza: si no hubiese sido guapa, si no hubiese sido actriz, no hubiese muerto tan pronto. A mí me interesaba también porque es una figura del destape, y el destape tiene que ver conmigo, con mi generación, con el tardofranquismo y el inicio de la democracia. Y esa muerte que tuvo, cayendo de un balcón...

-Hizo películas con Alfredo Landa, Paul Naschy, Mónica Randall o Gonzalo Suárez, pero no le dio tiempo a demostrar sus aptitudes dramáticas.

-Trabajó muchísimo, con 18 años había participado en cerca de 20 rodajes. De papeles pequeñitos pasó a tener algunas líneas, y de eso a ser protagonista, sobre todo en cintas de terror erótico. En las películas del destape, a los diez minutos, su personaje se quejaba del calor y se quitaba la camisa y lo enseñaba todo. Y en el terror erótico le hacían mil perrerías: la azotaban, la violaban, la secuestraban, enloquecía... Tuvo sólo dos papeles: en el destape hacía de chica ligera de cascos o chica de alterne, y en las de terror erótica de doncella vejada. La puta o la santa, que era como se veía a la mujer en el tardofranquismo. Y no nos parecía extraño que en las películas sus compañeros le triplicaran la edad. En Lo verde empieza en los Pirineos es seducida por José Luis López Vázquez, que podía ser su abuelo, pero a los espectadores no nos extrañaba. Todo eso también era muy interesante para una escritora.

-En Lo verde empieza en los pirineos hay una escena muy reveladora desde el punto de vista sociológico: un psiquiatra convence a López Vázquez de que las mujeres son "seres inferiores".

-Esa película es tremenda, habla del españolito que desprecia cuanto ignora, como dijo Antonio Machado. El argumento va sobre tres catetos de pueblo que están obsesionados con ver tetas, que se van a Perpiñán a ver películas eróticas, y que allí ligan. El personaje de López Vázquez tiene un trauma que consiste en que cuando va a seducir a las mujeres las ve con vello facial, virilizadas. Y el psiquiatra le dice: recuerda que son seres inferiores. Y es que para el franquismo las mujeres éramos seres inferiores. A mí eso me parecía lo normal. Sandra se las daba de chica moderna, pero en una declaración decía que ver a un hombre dar un biberón a un niño le parecía ridículo. Esa era la España que yo viví.

-Una España en la que ver pechos era la libertad, pero ver un pene, dice usted, era "libertinaje".

-Con el tiempo te das cuenta de esa asociación un poco contra natura de vincular la democracia con enseñar el cuerpo femenino. Pero es que eso parecía una promesa de libertad, porque durante décadas la mujer había sido tapada de arriba a abajo. Mi madre iba a misa con una rebeca y con un velo. Nosotros veíamos unos pechos y un pubis y celebrábamos que estaba cambiando algo.

-Recuerda los 80 como "una década de fiestas y de entierros, cada vez más ausencias en las fiestas, cada vez más entierros".

-Mi generación fue la que estrenó la democracia, y aunque aquello acabó como el rosario de la aurora pienso que tuvimos buena suerte. Albergábamos esperanza, algo que los jóvenes de ahora no tienen. Éramos más pobres, no habíamos viajado, pero la sensación era que se nos abría un futuro esplendoroso, que podíamos hacer lo que quisiéramos. Ya no teníamos que luchar en la política, nos daba la impresión de que quitando el retrato de Franco y poniendo el del Rey eso estaba acabado. Y nos podíamos dedicar a divertirnos. Nos lanzamos a hacerlo, borrachos de libertad. Pero éramos como aquellos catetos que no se cansaban de ver películas verdes: nosotros no nos cansábamos de tomar drogas. En la generación de la movida alternamos los funerales de los abuelos con los de los amigos muertos.

-Esa fascinación por las drogas conecta con uno de los hilos conductores de la novela, la atracción por el abismo, por el fondo del pozo.

-Entonces nos atraía el riesgo, el peligro. Yo nunca probé la heroína, afortunadamente, pero quien coqueteaba con la heroína lo estaba haciendo también con la muerte. Era como ponerse al borde del acantilado, a ver si te caes, esa fascinación malsana hacia la autodestrucción.

-En el libro confiesa los desequilibrios que padeció y concluye que "la locura es espantosa, digan lo que digan los profesores de literatura".

-A menudo, cuando leía me encontraba con esa exaltación de la locura, vista como signo de genialidad y como fuerza creativa, una percepción que viene de los románticos alemanes... Pero, por experiencia propia, sé que a la locura no se le puede sacar nada bueno, no hay territorio más estéril, es como estar en una película de terror y ser la protagonista. Pero todo eso lo rebato con humor en el libro, que conste.

-No oculta que su madre prefería a sus hijos varones, pero en el libro expresa su gratitud hacia ella.

-Sí. Como todas las mujeres del franquismo, estuvo educada para ser madre y esposa, pero eso no significa que lo fuera con alegría. Lo era a regañadientes y con amargura, y yo percibía hostilidad, como si fuera una carga para ella. Eso hizo que nuestra relación fuera muy complicada durante muchos años, y sin embargo, cuando yo estuve muy mal, cuando yo me empeñaba una y otra vez en tirarme al pozo y los demás, exasperados, le insistían en que me dejara, ella demostró que sí que le importaba mucho, que sí que me quería. Esa madre, que no era esa madre rubia de las películas que te ponía la merienda, me salvó. Le debo la vida dos veces, porque si no fuera por ella yo habría muerto. Y no se lo dije en vida, lo di por sentado. Los hijos somos muy ingratos y pensamos que nuestros padres tienen que sacrificarse siempre. Este libro es el homenaje que le debía a ella, un homenaje póstumo.

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