Cultura

Una manita de Juan Villa

Tiene Juan Villa una madurez acendrada por el cultivo de una lectura voraz y una escritura sistemática en la que consigue lo pretendido: narrar y novelar. Porque a Villa le ronda la novela como concepto hasta en su vida propia, no aventurera pero sí repleta de personajes y lugares que le conforman un espacio literario que él viene llamando familia, pueblo, Majadal.

Acaba de publicar con los sevillanos Point de Lunettes, y con ilustraciones del pintor y dibujante Daniel Bilbao, de larga trayectoria, La mano de Dios, cuatro cuentos y una novela, o un cuento largo y cuatro novelitas, como quieran, una pentagrafía que vienen a actualizarnos como lectores tras las vicisitudes de su anterior editorial; Los almajos fue el título del tercer volumen de la trilogía de Las arenas, nacido trunco por la muerte de la empresa, y ahora se reedita en este volumen.

Desde que la leí, me pareció que Los almajos sintetizaba perfectamente la épica del Majadal, esa geografía de Doñana pero, sobre todo, del paisaje humano y de su evolución en los últimos 100 años que Juan Villa ha convertido en excusa para dejarnos un puñado de libros plenos de dignidad. Técnicamente, su alumnado como profesor de Lengua y Literatura lo sabe, pocos por aquí han leído y reflexionado más sobre la narrativa. Cuando Juan escribe, cada paso está medido y detrás de un título hay una estructura prefigurada. No hablo de técnica vacía, hablo de honradez literaria; Villa medita la palabra y su ritmo de escritura revela la naturalidad de su dicción, cuando uno le oye leer, después es muy difícil que no resuene su soniquete en tu cabeza en la soledad del libro.

Las crónicas de Juan van a servir para documentar históricamente la transformación de la Doñana coto al Parque internacional, pero esa meticulosidad técnica recoge decires, léxicos, rasgos lingüísticos que mantendrán con vida después de nosotros una forma de hablar que se va perdiendo, con la uniformidad actual del acceso a la información. Los cuentos están perfectamente construidos, son artefactos literarios exactos, porque lo difícil no es escribir una historia, sino revivir un clima y Villa lo hace: en La crisis de los misiles hay un diálogo entre marido y mujer al final que es como una pequeña obra teatral ejecutada a la perfección. La novela corta es el retrato de la frustración, el dolor y la supervivencia como sangre diaria de una posguerra llena de la paz de la muerte. Otro retrato cabal de una época y con el fondo de las tierras de Almonte.

Muchas veces he hablado con Villa de este formato del libro breve, intenso, ese divertimento que en las visitas volanderas a las librerías de nuestra juventud nos dejaban el sabor de la lectura-de-un-tirón y un autor descubierto. No creo que descubran a Juan Villa ahora, pero si es el caso: volumen idóneo, cómprenlo.

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