Juan Carlos Romero. Guitarrista flamenco

"Aunque a todos se les llene la boca, a Niño Miguel le echaban de los bares"

-Su cuarto álbum en solitario, 'Paseo de los Cipreses', rinde tributo a los que se fueron: Paco de Lucía, Niño Miguel, Enrique Morente, Félix Grande, el técnico de sonido Antonio Moreno y su padre. ¿Cómo concibió este trabajo?

-Fue la idea la que vino a mí. Yo estaba tan tranquilo intentando poner en pie las primeras nociones del disco y empezaron a suceder cosas tan importantes, de gente tan significativa para mí, que no podía hacer un disco de espaldas a eso. Era imposible porque yo no distingo entre vida personal y artística, para mí es lo mismo todo.

-Compone para usted, para otros y acompaña a grandes figuras. ¿Qué prefiere?

-Para mi componer no tiene adjetivo, es sólo una cuestión ya, sea para otros o para mi, y eso me gusta mucho. La única distinción que hago es si es para guitarra, que es mucho más complicado, o para voz. La labor de la creación me gusta mucho, y también el contacto con el público, sobre todo cuando estoy tranquilo.

-¿Aún se pone nervioso?

-Cada vez más. Te sientes más observado, con más responsabilidad, y se espera más de ti. Cuando vas consiguiendo cosas, te vas echando más peso. Hay que aprender a quitar esas cargas de encima porque a veces se pueden convertir en un inconveniente.

-Con la larga trayectoria que tiene a sus espaldas, resulta curioso.

-Esque yo eso lo he vivido. He tenido la suerte de estar con los mejores, con Manolo y con Paco, y lo he visto en ellos. Antes de salir, y en los primeros temas, he visto a Paco quitarse el sudor y mirar con la cara blanca. Si lo he visto en ellos, no me sorprende tanto verlo en mi.

-¿Quién es el guitarrista flamenco más grande?

-Se llama Paco de Lucía. Después, desde el punto de vista personal, Manolo Sanlúcar ha sido muy importante para mi. Es el gran maestro que nos queda hoy. Lo que pasa es que Manolo se ha expresado en otros lenguajes que no son solo la guitarra: es un artista completamente diferente a Paco, te ofrece otros contenidos. Yo nunca he entrado en las comparaciones porque creo que cada uno tiene cosas distintas que ofrecer. No sólo de la guitarra flamenca, Paco de Lucía probablemente haya sido uno de los guitarristas en general más grandes que haya habido en el mundo. Para mi también fue muy importante Miguel El Tomate, el padre de Niño Miguel. Mi padre me inició y cuando ya no tenía más recursos que enseñarme, Miguel El Tomate, por mediación de un tío mío que lo conocía mucho, venía a mi casa a enseñarme y al poco tiempo conocí a su hijo. En esa saga me hice guitarrista y profesional.

-¿Cómo recuerda a Niño Miguel?

-Fue el primer ídolo que yo tuve de niño con una guitarra. Estuve mucho con él. Lo conocí cuando yo tenía once años. Lo llevó su padre a mi casa; él tendría 21 o 22. En aquellos momentos la diferencia de años era un mundo pero después se fue haciendo menor con el tiempo. Él siguió yendo a mi casa porque se sentía a gusto allí, y de mayor iba a buscarme. Tocábamos mucho allí en casa y estábamos con mucha frecuencia juntos. Siempre he sentido mucha admiración por él.

-¿Fue el genio que dicen?

-Hay palabras que se devalúan por la alegría con la que se usan y, en mi opinión, llamar a alguien genio es algo muy serio. Porque primero hay que definir qué es un genio. Te puedo decir que para mi Miguel era de los más grandes guitarristas que he conocido, pero yo creo que un genio es alguien que pasa por la tierra y que, después, ya nada es igual. Eso se puede decir de muy poca gente. Probablemente en el flamenco sólo se pueda decir de Paco de Lucía.

-¿Hay mucho mito alrededor?

-No, era un gran guitarrista. Lo que he dicho es una acotación y no por restar nada de Miguel. Él era un fenómeno como guitarrista, tenía unas facultades extraordinarias y una intuición brutal para la guitarra. Era más que intuición, era instinto. Miguel tenía un instinto para la guitarra bestial. Pero siempre me resulta extraño que, a veces, por querer elogiar a alguien, se haga de una forma tan desmesurada. Hay muy pocos genios en la historia de la humanidad y nosotros nos sacamos uno cada cuarto de hora. Lo digo simplemente por eso, y no porque tenga la mínima duda de lo que era Miguel, de sus capacidades, de su intuición, del instinto, de la musicalidad y la inteligencia para la música que tenía.

-¿Cómo era?

-Extraordinario. Yo creo que eso sí lo define bien. Era lo que viene después del genio, que es un grupo reducidísimo de dos, tres o cuatro personas. Para mi, ahí está él. En el siguiente escalón al de genio situaría a Miguel, con la gente brillante, extraordinaria, con grandes capacidades y una potencialidad que por circunstancias se queda en el camino.

-¿Cómo vivió su final?

-Yo vivía en Sevilla y seguía teniendo contacto con él. Miguel estaba en un centro en Tharsis; a veces me llamaba desde allí y yo iba a visitarlo con cierta frecuencia porque le gustaba. Y tocábamos juntos allí mucho rato. Me iba por la mañana y ya él me estaba él esperando con su guitarra en la puerta para irnos a comer. Lo recogía e íbamos al Portichuelo de Alosno porque yo tenía permiso para llevarlo fuera. Le daba una vuelta y me llevaba el día entero con él hasta la ocho o nueve, cuando tenía que irse a cenar. Y después estuve con él en el hospital, cuando lo trajeron, en el homenaje en Sevilla, en el de Huelva, pero sabiendo lo que se avecinaba. Son vidas, la verdad, que muy desgraciadas. Y te da más sensación de amargura porque tenía en la mano un as y nunca pudo aprovecharlo realmente. Aprovecho, además, para comentar que aunque ahora a todo el mundo se llena la boca hablando de Niño Miguel, aquí lo echaban de los bares y no lo dejaban ni tocar para pasar el plato. Eso lo he vivido yo.

-Mucha gente presume de haberlo visto tocar en algún bar, de haberlo conocido.

-Sí, ahora todo el mundo era íntimo amigo de él y lo atendía. Mira: de la inmensa mayoría de los bares le echaban. Cuando lo veían sacar la guitarra para tocar en una mesa, le decían: "Miguel, no molestes a la gente". Esto era así y lo demás son milongas del que se quiere incorporar al mito. Y él sabía que eso era así, lo que pasa es que la relación que yo tenía con él estaba por encima de las cuestiones de la guitarra, y él conmigo también. Miguel era una persona muy inteligente, si no, además, no habría podido tocar así la guitarra. Él sabía muy bien a quién tenía enfrente. Siempre lo supo. Pero además de inteligente era noble y buena persona. La amistad duró hasta el último día en el Juan Ramón Jiménez; yo estuve allí. Digo esto por todo lo que vengo oyendo desde entonces. Hasta que se le hizo el homenaje en el polideportivo en Huelva no le hizo caso nadie. Y Miguel pedía para comer. No se le prestó atención nunca y poquísima gente, contada con una mano, le atendían o se paraban con él.

-Javier Ruibal comentó en una entrevista que igual habría que hacerse cierto examen de conciencia al respecto, aprender la lección.

-Esa es la verdad. Miguel vivía aquí tirado. Y no le prestaba atención nadie, te lo aseguro. Yo le mandaba los discos cuando los iba terminando. Del anterior disco, la cosa más bonita me la dijo él en el coche, después de comer en Alosno, escuchando la maqueta: "Este disco está hecho con las memorias de todos nosotros, Carlos. Con la mía, con la de ese hombre, la de aquel, la del camarero". Eso tiene una profundidad muy grande porque él hablaba de una música con la que se puede identificar quien quiera porque es la música de una memoria colectiva, que es lo máximo a lo que puede aspirar un artista. Miguel tenía esas cosas, era una persona con mucha inteligencia. O cuando al final de un reportaje se despide diciendo: "Bueno, nada, que no suframos mucho por lo que no sepamos encontrar". Esos son tres tomos de filosofía. Miguel me ha influido mucho.

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