alejandro palomas. escritor

"Mis libros son como un mar en el que puedes dejarte flotar sin sentir miedo"

  • El barcelonés vuelve en 'Un amor', el último Premio Nadal, a unos personajes que ya abordó en obras anteriores y a una impresión frecuente en sus textos, la "confianza en que todo se resolverá"

Alejandro Palomas (Barcelona, 1957) cree que las series "han transformado nuestra manera de relacionarnos con la ficción".

Alejandro Palomas (Barcelona, 1957) cree que las series "han transformado nuestra manera de relacionarnos con la ficción". / juan carlos vázquez

En la novela Una madre, publicada en 2014, el escritor Alejandro Palomas reunía en una cena de Nochevieja a una familia, la formada por Amalia, una mujer mayor, y sus tres hijos, Fer, Silvia y Emma, que en esa velada, una despedida de año a priori rutinaria pero finalmente decisiva, afrontarían sus heridas, desvelarían sus secretos, mirarían a la vida con un nuevo ánimo, con la voluntad de reconstruir. Aquella catarsis no dejó huella sólo en sus protagonistas, también en un buen número de lectores que se sintieron atraídos por la ternura, el humor y la esperanza con los que Palomas perfilaba a sus criaturas, a las que el autor volvería más tarde en otra ficción, Un perro, y a las que regresa ahora con Un amor, la obra con la que el escritor barcelonés se ha hecho con el Premio Nadal y que recientemente ha presentado con el Centro Andaluz de las Letras. La boda de una de las hermanas, Emma, es la oportunidad para que el creador prosiga con esa indagación en las emociones y los secretos del alma humana que emprendió junto a Amalia y los suyos.

-¿Cómo ha sido el reencuentro con unos personajes que sentirá ya como parte de su vida?

Escribir es como un maratón, con sus pájaras y sus subidones. El Nadal es sólo un buen momento en la carrera"

-Ahora yo tengo dos familias, la mía real y la literaria. Y realmente no sé con cuál me siento más cómodo, quizás con la ficticia porque la hice a mi medida. Llevo cinco años conviviendo con esos personajes, porque empecé a escribir Una madre a principios de 2013. Ahora tengo un problema, y es que me entristece mucho dejarlos.

-¿Hasta qué punto condiciona a la hora de comenzar un proyecto saber que hay lectores que esperan saber más de Amalia y su familia?

-He empezado ahora la promoción, y me han dicho ya varias veces: Pero no se acabará aquí, ¿no? Ocurre algo curioso, y es que desde hace un par de años las series han trastocado nuestro modo de relacionarnos con la ficción. Antes veíamos un capítulo cada semana en un canal de televisión, ahora podemos encerrarnos un fin de semana a ver un episodio tras otro. Con los nuevos formatos nos hemos habituado a seguir la vida de los personajes, y veo que estamos llevando esto también a la literatura. Yo estoy encantado con eso.

-Uno de los hallazgos de estos libros es esa madre, Amalia, "cándida y surrealista", como usted la define, con esa propensión tan divertida a caer en el disparate en sus charlas. Aquí confunde "empotramiento" con "empoderamiento" delante del médico...

-Yo utilizo muchas veces a Amalia para reírme de cosas de las que no puedo reírme en la vida. Me sirvo de esa candidez porque sé que Amalia está perdonada de antemano, porque todo lo que dice parece una torpeza bienintencionada. Yo también detesto estas expresiones de transversalidad, zona de confort... Pongo muchas de esas opiniones, cierta visión del mundo, en su boca porque sé que a una abuelita inocente no la culparán de ser políticamente incorrecta.

-Usted siempre intenta justificar a sus personajes, ahondar en las heridas por las que se comportan de un modo u otro...

-Me preocupo de darles entidad a los personajes. No me gusta tratar a los secundarios como tales. Yo necesito trabajar con hombres y mujeres muy carnales, con sus conflictos; si no, no me los creo. No puedo escribir si siento que se me quedan cortos. Aparte, establezco una relación tan íntima con ellos que me da pena no prestarles la atención que merecen.

-También es muy propio de sus obras cierta confianza en el futuro, cierta esperanza en que todo se arreglará. Emma, que había sufrido una tragedia amorosa, ha recompuesto su corazón y celebra ahora su boda.

-Esto también lo piden los lectores. Ya con un tercer libro saben cómo es mi dinámica, y saben que la desgracia de hoy se convertirá en algún momento en una segunda oportunidad. Es extraño, pero tengo la sensación de que comparto a los personajes con los lectores, que éstos también los sienten como suyos. Y eso es precioso. En mis libros hay confianza en que todo se va a resolver, queda esa fe, pero yo nunca doy la solución, supongo que porque no la sé. Hay una frase en esta novela que dice que a veces se trata, simplemente, de flotar. Y lo que define muy bien a estas historias tal vez sea eso, que puedes dejarte flotar en ellas, como en un mar en el que no debes tener miedo de lo que pasa por debajo. Y los lectores advierten que juego con red, y eso propicia con ellos una cercanía interesante.

-Aunque en la trama asoman momentos muy dolorosos, como la dictadura argentina.

-Hay hechos históricos que te afectan más que otros, y los episodios de la dictadura argentina y la chilena son dos de ellos. En mi caso tiene una lógica: mi familia es chilena, mi madre lo es y yo mismo tengo doble nacionalidad, y una parte de ella dejó su país cuando el golpe de Estado de Pinochet porque si no habría sido ejecutada. Nunca abordo el drama chileno, no sé por qué, pero esta es la segunda vez que toco la dictadura argentina.

-Fer, de algún modo su álter ego, encarna ese estigma que padecen los que no tienen ni buscan pareja.

-Aquí tengo que reconocerlo ya: Fer es mi otro yo, y ese asunto es una extensión de lo que me ocurre. Él es más apocado que yo, pero es mi reflejo claro. Siento el peso de la gente preguntando por qué no tienes pareja. Esa insistencia con que te lo cuestionan, esa impresión de que tienes que dar explicaciones. Qué te pasa para que no tengas pareja, por qué te niegas a comprometerte: todas esas voces me hartan. Trasladar ese cansancio al personaje de Fer es un grito mío al mundo.

-¿Cómo ha vivido sumarse a la nómina del Premio Nadal?

-Supongo que debería utilizar la palabra alegría, pero sentí más satisfacción. Si tuviera dos décadas menos, lo habría vivido de otro modo. Ahora tengo 50 años, con lo cual una historia de este tipo no tendría que desestabilizarme... Y entiendo la carrera de escritor, y también la vida, como un maratón, un recorrido en el que te da una pájara en el kilómetro X y en el que en otro momento sientes un subidón que te anima a continuar... El Nadal es uno de esos subidones, pero el maratón continúa. El premio no era la meta, no era el final, esto es, ¿cómo puedo decirlo?, como un avituallamiento para seguir el camino.

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