Cultura

la ingenua libertina

  • Una vida novelesca. Backlist publica el último libro de memorias que escribió Colette, un relato intimista, de prosa bella, elegante y repleto de sensualidad y lirismo que revela la sensibilidad exquisita de la autora francesa, uno de los grandes mitos parisinos del siglo XX

En mayor medida de lo habitual, la obra de Sidonie Gabrielle Colette está indisociablemente ligada a los episodios de una vida como pocas novelesca, que se encuentra en el fondo de muchos de sus libros y todavía hoy sorprende por el valor y la audacia de su protagonista. Hacia el cambio de siglo, Siruela publicó una completa biografía de la autora, Secretos de la carne de Judith Thurman, donde se contaban las muchas heterodoxias de una mujer excepcional. La infancia feliz en un pequeño pueblo de Borgoña, el malogrado primer matrimonio con Willy -un vividor que tuvo la desvergüenza de firmar las primeras novelas de su esposa-, los dos sonados divorcios, el ejercicio de una bisexualidad no escondida, las experiencias como actriz y bailarina de music-hall, las relaciones con el hijo de su segundo marido o la creación de una marca propia de cosméticos, son sólo algunos de los hitos en la vida de una escritora que fue siempre por libre y cuya trayectoria, aunque ajena a la militancia feminista, ejemplifica las aspiraciones de una generación de mujeres que no esperaron a que nadie les concediera el derecho a decidir su destino.

Toda la obra de Colette tiene un fuerte componente autobiográfico, pero sólo en la etapa final de su itinerario se decidió a poner por escrito no unas memorias propiamente dichas, sino varias colecciones de apuntes narrados en primera persona: Mis aprendizajes (1936), La estrella vespertina (1946) y El fanal azul (1949). Es esta última colección, que cierra su obra publicada, la que ahora podemos leer en castellano, en hermosa traducción del editor y novelista Adolfo García Ortega. Lo más destacable de esta gavilla de impresiones postreras es el tono. Hay un pasaje, al comienzo, que define muy bien la disposición de la septuagenaria a la hora de afrontar lo que de hecho fue su despedida: "Quería que este libro fuese un diario. Pero no sé escribir un verdadero diario, es decir, conformar cuenta tras cuenta, día tras día, uno de esos rosarios a los que la precisión del escritor, la consideración que tiene de sí mismo y de su época, bastan para dar valor, como el color de una joya. Escoger, anotar lo que fue notable, quedarse con lo insólito, eliminar lo banal, etcétera, no es lo mío, porque la mayor parte del tiempo suele ser lo cotidiano lo que me llama la atención y me vivifica".

El fanal azul es un libro muy bello, inspirado por una sensibilidad exquisita que observa el crepúsculo con una mirada cargada de lirismo. El obligado reposo de Colette, por entonces ya medio inválida, debido a una artritis que le impedía caminar, es la causa de su melancolía. Apenas puede salir de su famoso apartamento parisino del Palais-Royal, donde seguía recibiendo a los fieles, pero su encierro no le resta lucidez ni ganas de vivir. Su relato carece por completo de esa ampulosidad característica que suele reprocharse -con razón- a sus compatriotas. A esas alturas de su vida y pese a la mala fama que iba asociada a su nombre, sinónimo de escandaloso libertinaje, Colette era ya una gloria nacional, venerada con el respeto que los franceses otorgan a sus artistas más distinguidos. De hecho, había sido la primera mujer en ingresar en la Academia Goncourt y, cinco años después de publicar El fanal azul, la Vagabunda fue enterrada con todos los honores. Podría haber sido este un libro repleto de prestigiosos nombres propios con los que dar lustre a la biografía, no en vano Colette disfrutaba de la amistad de los mejores escritores de su tiempo, pero no era esa la intención de la autora, que prefirió reflejar los pequeños sucesos de su día a día.

Bajo la luz azul del título, en una prosa elegante y repleta de sensualidad, caracterizada por "el delicado sentimiento del matiz" que elogiara André Gide, Colette evoca recuerdos dispersos surgidos al hilo de su realidad presente, que tiene en el libro casi más presencia que lo evocado. Cartas, visitas, perros, niños y gatos, amigas, algunos viajes esforzados, reuniones de la Academia, unos pocos recuerdos familiares y un emocionado recuento de su relación con la actriz Marguerite Moreno, que entonces acababa de morir. Nada, salvo esto último, especialmente relevante para una mujer que llevaba mucho vivido, pero a quien seguía cuadrando el título de aquella novela, La ingenua libertina, que definió a la perfección su peculiar mezcla de laxitud y pureza, allá por los años locos. "Con humildad, voy a seguir escribiendo. No hay otra elección para mí", dice al final. Más que un libro de memorias, El fanal azul es un autorretrato de la artista anciana, cuyo propósito -o lección- es mostrarnos que la vida puede ser vivida también entre cuatro paredes.

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