Cultura

Una historia de amor

No es la primera vez, y a lo mejor no será la última, que una novela del escritor estadounidense, Nicholas Sparks, es llevada al cine. Su tendencia romántica la comprobamos en películas como Mensaje en una botella (1999), protagonizada por Paul Newman -ahora que justamente tanto se le recuerda- y Kevin Costner; Un paseo para recordar (2002) y Diario de Noah (2004), basadas todas ellas en algunos de sus más famosos libros. También lo es Noches de tormenta, cuyo título original es Noches en Rodanthe.

He aquí un relato tan previsible como tantas y tantas historias románticas, protagonizado por Lane, una mujer que decide retirarse al pequeño pueblo costero de Rodanthe, buscando tranquilidad y sosiego que le permitan reflexionar sobre los conflictos de su vida. Nada más llegar se pronostica una gran tormenta. Al poco tiempo llega al albergue el doctor Paul Flanner, el único hombre que se aloja en la posada y que también trata de poner paz a su crisis de conciencia. Lane y Paul se conocen y se enamoran.

Estamos ante el romance eterno contado tantas veces que en este caso tiene un marco verdaderamente sugestivo y sugerente. Como centro de él esta pareja en la madurez y como estructura narrativa la ideal desde el punto técnico y argumental y quizás propenso a despertar la ilusión en aquellas espectadoras que nunca desesperan al pensar que el amor puede llegar en cualquier momento. La película tarda en entrar de manera que a la primera parte le sobran historias y excede del tiempo que la anécdota necesita para poner en antecedentes al espectador.

Luego cuando surgen las pasiones personales que parece postergadas y toma cuerpo el sentido de genuino melodrama que estructura la película, hay como un tono redentor e intermitentes turbulencias de amores intensos a tono con la tormenta que es elemento, que, a modo de momentánea metáfora, zarandea las vidas siempre dispuestas a cambiar cuando el amor surge. Hay en el entorno de los sentimientos la convicción de que todo es posible y que puede forzar la transformación más inesperada.

Por lo demás Noches de tormenta es tan previsible como cualquiera de los aspectos que conforman una trama sencilla, a veces demasiado plana y sin grandes alternativas. Puede que haya eso que se ha dado en llamar química entre los protagonistas. A mi me parece que Richard Gere está en el tono de siempre. Diane Lane está mejor. Juntos de nuevo recordamos que los vimos hace muchos años, más jóvenes por supuesto, en "Cotton Club" (1984), de Francis Ford Coppola, que los manejó mucho mejor que George C. Wolfe, director de esta película.

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